Este palacio de Oseja fue, sin ninguna duda, un edificio señorial que administró todo o parte del territorio sajambriego allá por los siglos del 900 y el 1.000. Como se observa en la organización del espacio actual y en la que describen los documentos antiguos, el palacio fue un edificio integrado en la aldea, rodeado por tierras y casas de otros propietarios. Debió tener unas dimensiones algo mayores que las de una vivienda campesina, pero no destacaría demasiado entre el caserío. Lo suponemos construido con materiales poco sólidos, con más madera que piedra, con su horno y con algunos hórreos cercanos. Más que por su fisonomía o su arquitectura, lo que mantuvo su recuerdo en la tradición local fue su antiguo significado de poder y dominación.
Lo normal era que los palacios poseyeran campesinos dependientes que vivían no sólo en la aldea en la que se ubicaba el palacio, sino también en las aldeas de los alrededores. Casi con seguridad, los restantes pueblos del valle (los que existieran en aquellos tiempos) debieron depender de este palacio, de la misma manera que muchos de los vecinos de Oseja. Cuando en esta época se habla de donar, vender o comprar bienes raíces, hay que entender que estas transacciones llevaban implícitas una transmisión de tierras y de los hombres que las trabajaban. Estos homines a veces poseían el status jurídico de siervos y otras veces eran libres. Sin embargo, la dureza de la vida en aquellos tiempos obligaba a los hombres libres a perder parte de su libertad cuando se vinculaban a un señor por relaciones de dependencia.
Era obligación del palacio organizar la explotación económica del territorio rural adscrito y, a cambio, el señor se procuraba unas rentas gracias a la población campesina instalada en sus tierras y vinculada al palacio mediante relaciones vasalláticas. Estos homines estaban obligados a trabajar y a servir al palacio con tareas diversas que incluían el pago de las rentas por el disfrute de la tierra, de los impuestos, de ciertos servicios y deberes o de las prestaciones personales de trabajo obligatorio, como la serna (>sienra, Las Sienras). Al considerar las cargas señoriales del campesinado sometido al palacio, hemos de pensar siempre en las que establecía la ley general del reino y en las obligaciones arbitrarias impuestas por el señor. A menudo, los documentos medievales utilizan ciertos epítetos que dejan percibir la dureza de la vida, como sucede cuando se califican las cargas señoriales como "oppresio", o cuando se menciona la necesidad de obligar por la fuerza a los campesinos a satisfacer las rentas o a cumplir con los trabajos establecidos.
El palacio era también un centro de administración señorial con funciones judiciales. El señor del palacio se encargaba del ejercicio de la justicia, decidía sobre la vida y la muerte de los campesinos, se beneficiaba de las multas por los delitos, establecía normas y regulaba la vida de las gentes que estaban subordinadas a su autoridad y dominio.
Lo normal era que los palacios poseyeran campesinos dependientes que vivían no sólo en la aldea en la que se ubicaba el palacio, sino también en las aldeas de los alrededores. Casi con seguridad, los restantes pueblos del valle (los que existieran en aquellos tiempos) debieron depender de este palacio, de la misma manera que muchos de los vecinos de Oseja. Cuando en esta época se habla de donar, vender o comprar bienes raíces, hay que entender que estas transacciones llevaban implícitas una transmisión de tierras y de los hombres que las trabajaban. Estos homines a veces poseían el status jurídico de siervos y otras veces eran libres. Sin embargo, la dureza de la vida en aquellos tiempos obligaba a los hombres libres a perder parte de su libertad cuando se vinculaban a un señor por relaciones de dependencia.
Era obligación del palacio organizar la explotación económica del territorio rural adscrito y, a cambio, el señor se procuraba unas rentas gracias a la población campesina instalada en sus tierras y vinculada al palacio mediante relaciones vasalláticas. Estos homines estaban obligados a trabajar y a servir al palacio con tareas diversas que incluían el pago de las rentas por el disfrute de la tierra, de los impuestos, de ciertos servicios y deberes o de las prestaciones personales de trabajo obligatorio, como la serna (>sienra, Las Sienras). Al considerar las cargas señoriales del campesinado sometido al palacio, hemos de pensar siempre en las que establecía la ley general del reino y en las obligaciones arbitrarias impuestas por el señor. A menudo, los documentos medievales utilizan ciertos epítetos que dejan percibir la dureza de la vida, como sucede cuando se califican las cargas señoriales como "oppresio", o cuando se menciona la necesidad de obligar por la fuerza a los campesinos a satisfacer las rentas o a cumplir con los trabajos establecidos.
El palacio era también un centro de administración señorial con funciones judiciales. El señor del palacio se encargaba del ejercicio de la justicia, decidía sobre la vida y la muerte de los campesinos, se beneficiaba de las multas por los delitos, establecía normas y regulaba la vida de las gentes que estaban subordinadas a su autoridad y dominio.
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