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jueves, 19 de junio de 2025

COCINAS DE POBRES, COCINAS DE RICOS EN SAJAMBRE DURANTE LOS SIGLOS XVII Y XVIII (2): CONSUMO, CONFORT Y URBANIDAD EN UNA COMUNIDAD RURAL DE MONTAÑA

Ningún siglo es igual a otro. El continuismo rural es un mito producto del desconocimiento histórico. Solo hace falta pensar en cómo se vivía en Sajambre en la década de 1920 y cómo se vive ahora. Las diferencias son grandes para lo bueno y para lo malo, y así sucedió en todos los siglos. 

En el artículo anterior describí lo que dicen los documentos sobre las formas de vida de los sajambriegos en el siglo XVII, a través de los objetos domésticos y de consumo en las cocinas, que es el espacio habitado mejor descrito en los inventarios de bienes sajambriegos. El menaje resultó ser muy escaso en todas las viviendas y con una alta desigualdad entre los más ricos y todos los demás. No había categorías intermedias. Ese nivel básico generalizado no siempre fue sinónimo de pobreza, sino de ausencia total de elementos superfluos y suntuosos, o sea, de una inexistencia absoluta de objetos no necesarios, a los que nos tiene acostumbrados el consumismo moderno. Se vivía de una manera muy distinta a la actual, porque la mayoría de la gente no valoraba los objetos que no fueran imprescindibles para el trabajo o para la vida cotidiana. En las casas tenían lo que necesitaban y nada más. El valor se lo daban a las tierras, a los prados y a los animales. Por otra parte, tampoco hay que olvidar que el siglo XVII fue una época de crisis generalizada en toda España, por lo que las dificultades que pudieron tener los sajambriegos en esa época se agudizaron por la mala situación del reino. 

Pero pese a que el siglo XVII terminó con las secuelas de la gran crisis económica y el XVIII se inició con la Guerra de Sucesión (1701-1713), que diezmó demográficamente el valle y obligó a muchos sajambriegos a emigrar, pese a estas circunstancias adversas, se observa un paulatino cambio de mentalidad a partir de 1695 aproximadamente.  

Vimos cómo antes de esta fecha solo los ricos usaban manteles en las mesas para comer y solo ellos se servían de cubiertos para lo mismo. Los demás carecían de tales niveles de urbanidad y comían con las manos, con la escudilla de madera o ayudándose con el pan. Esta realidad seguirá existiendo y la escudilla para beber siguió usándose durante mucho tiempo. Tan extendida estaba esta costumbre, que los más pudientes las compraban de loza de Talavera, como el cura de Oseja y Soto en 1720, en cuyo documento se especifica el uso que se le daba: “una escodilla de Talavera con que se bebe” .  No hay vasos, ni copas en la vida cotidiana de la generalidad del valle. Solo en unas pocas viviendas que vuelven a concidir con los más acomodados: los clérigos y los Piñán de Cueto Luengo. No se utilizan en los hogares de la mayoría, salvo "la copa del concejo", de plata y con una función ritual y protocolaria, que aparece ocasionalmente guardada en casa de algún vecino. 

Sin embargo, a partir de 1695 se detecta una realidad cambiante, más parecida a lo que se lee en los documentos del siglo XVIII. Las innovaciones entran lentamente, ahora a través de los grupos medios de la sociedad rural formados por algunos que llegaron a alcanzar mejor situación, gracias a la práctica diversificada y combinada de las actividades agropecuarias y comerciales, estas últimas a través de la carretería y de la arriería. El cambio empieza a detectarse, incluso, en algún hogar más modesto. En cualquier caso, se sigue observando cómo otras modernidades penetran en el valle asimismo de mano de las élites locales. 

El porcentaje de uso de menaje variado en el siglo XVII, con algunas piezas más aparte de las estrictamente necesarias, era del 8’5%. Este mismo porcentaje en el siglo XVIII asciende al 27’6% de los casos. Con menaje variado no me refiero a un único caldero para el llar, sino a varios y de diferentes tamaños; cazos de distintos materiales, de hierro, de latón y de aleaciones como el peltre, con plomo y estaño; ollas metálicas y de barro; caballetes con mayor frecuencia para asar; herradas para transportar agua, así como más de una mesa o de un escaño. Cuando hay dos escaños en buen estado, uno suele colocarse cerca de la cama. 

También se documenta un número mayor de arcas porque hay más cosas que guardar, a veces entre tres y cinco, como las cinco que poseían los Díaz de la Caneja en su casa solariega de Oseja. En otras estancias de la vivienda aparecen también bancos de respaldo, escritorios y bufetes con cajones, ya no solo en casa de los Piñán de Cueto Luengo, donde había escribanos públicos, o de los Díaz de la Caneja, donde también había escribanos, sino, por ejemplo, en la casa de los Martino, de Soto. Son pequeñas diferencias que se extienden muy despacio, pero que hacen su aparición en el siglo XVIII. 

Al porcentaje anterior le sigue el 21’2% de hogares que ahora tienen manteles y servilletas en las mesas para comer, frente al mismo 8’5% del período anterior que, como vimos, se limitaba a la Casa Piñán y a los clérigos. 

Un 8’5% era también en el período anterior el porcentaje de casas con cualquier objeto de ostentación que podríamos calificar “de lujo”, o sea, jarras y platos de Talavera, salpimenteros o cubiertos de plata. Este mayor consumo aumenta de forma muy ligera a un 12’7% en el siglo XVIII, posiblemente porque hay información de más miembros del estamento clerical. No obstante, en 1709 se documenta un José Díaz, laico, que vivía en una casa con “cocina, sala, bodega y dos caballerizas”, sita en el barrio de Caldevilla, en Oseja, junto al palacio de los Piñán, que se hallaba bien abastecida y en la que existían dos escaños de nogal y de tejo y una cama de madera sin labrar. Este José Díaz poseía también “dos jarras de Talavera, la una ya quebrada” y acababa de construirse un hórreo junto a la casa y el huerto anexo. Pese a conservarse menor cantidad y diversidad de documentos que en el siglo precedente, son diferencias que se localizan con menor esfuerzo en el XVIII, lo que indica un tímido cambio en la manera de vivir y en la mentalidad de algunos hogares sajambriegos durante el 1700. 

En el siglo XVIII aparecen por primera vez en los inventarios de bienes de Sajambre los vasares y armarios en las cocinas para guardar los platos y las vasijas, pero las únicas casas en las que se incluye este mobiliario doméstico vuelven a ser las viviendas de los clérigos. Hasta el siglo XIX no se registran quixiellas o quijiellas para colar la ropa. 

Las cocinas de los sajambriegos siguieron estando impregnadas de humo en el siglo XVIII, lo que, en su lado práctico, servía para curar los productos de la matanza. El escaño continuaba alrededor del llar, con el gran caldero colgando de las llarias o clamiyeras de hierro y con algunas tayuelas para sentarse. En cambio, la cocina baja de la Casa Piñán responde al modelo de las casas señoriales. Seguía siendo la única de chimenea de todo el valle, con varias trébedes de distinto tamaño para colocar las ollas, con vasares, platos de madera y vajilla de loza, cubertería de plata, copas de vidrio, almireces de bronce o cacillos; con la matanza curándose en dependencias distintas a la cocina y con el horno para amasar fuera de dicho espacio, en una estancia independiente. Estas cocinas libres de humo no llegaron a las restantes casas sajambriegas hasta bien entrado el siglo XIX y, en algunos casos, hasta principios del XX. 

Entre los nuevos objetos que se encuentran ahora en las mesas más acomodadas, que – insisto – siguen siendo las de los clérigos y los Piñán de Cueto Luengo, se encuentran los potes de tabaco y las chocolateras, tan características del siglo XVIII. Habrá que esperar al año 1856 para encontrar una chocolatera en casa de Víctor Acevedo, vecino de Oseja. 

La otra cara de esta misma moneda es la pobreza, que seguía estando bastante extendida. Por ejemplo, en 1721 el bien más preciado del mobiliario y enseres domésticos que tenía Juan de Granda, vecino de Vierdes, era un escaño destartalado.

CONCLUSIONES 

La principal conclusión que se extrae de esta documentación es que la memoria que llegó al siglo XX como creencia de lo que fue la vida tradicional en Sajambre, en lo que respecta al contenido de las casas de morada, no es anterior al siglo XIX y, para muchos casos, más bien la segunda mitad de dicho siglo. 

Esta realidad es absolutamente paralela a lo que se ha estudiado en Asturias. Lo que se “cree o creyó recordar” como vida popular no sobrepasa el 1800 o 1850 y lo que se considera propio de las casas tradicionales no es anterior a esa misma época.  

domingo, 22 de julio de 2018

EL TRASLADO DE LA ERMITA DE SAN PELAYO DE PIO EN 1703


En el año 1703, los vecinos de Pio y de Oseja rehicieron las ermitas de San Roque y de San Pelayo, seguramente como resultado de las inspecciones que se efectuaban en las visitas parroquiales. Cuando los jueces eclesiásticos ordenaban tal cosa, las refacciones tenían que hacerse a costa de los vecinos, retrasándose las obras muchas veces por lo costoso de las empresas. Recordemos que en 1642, el Arcediano se hizo cargo de la reconstrucción de la iglesia de Soto debido a su estado ruinoso.

En 1672, los vecinos de Valdeón hicieron lo mismo con la ermita de Corona, en este caso siguiendo el modelo de la ermita del Rosario, de Soto de Valdeón. En el contrato de trabajo que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de León se describe pormenorizadamente la obra que debía hacerse. El nivel de detalle de la descripción es minucioso, por lo que un estudio detallado de dicho documento proporcionaría un retrato “casi fotográfico” de la estructura arquitectónica que tenía la ermita de Corona en el siglo XVII.

También se conservan los contratos de trabajo para la refacción de las ermitas de San Roque y San Pelayo, ahora en el Archivo de la Casa Piñán. Pero, por desgracia, las descripciones no son tan exhaustivas como el caso de Corona. De todas formas, ambos documentos son muy interesantes y, aunque ninguno de los dos es totalmente desconocido, ya que se incluyeron en el catálogo de La Montaña de Valdeburón (1980), en aquella ocasión no se llegaron a editar, por lo que vamos a hacerlo nosotros ahora, empezando por el caso de la ermita de San Pelayo. 

El documento que editamos dice expresamente que la reconstrucción de la ermita de San Pelayo debía respetar la fábrica antigua, sin alterar ni innovar nada de dicho edificio. Pero lo más interesante de todo es que aprovecharon esta reconstrucción para cambiar la ermita de sitio, desplazando su localización al pueblo de Pio, en concreto, a un emplazamiento nuevo acordado por los vecinos. Lo que no dice el documento es dónde se hallaba la ermita con anterioridad a 1703.

En la actualidad, habiendo desaparecido totalmente dicho templo, los vecinos de Pio solo recuerdan la localización más reciente, es decir, la posterior al traslado de 1703. Al intentar ubicar edificios antiguos en los pueblos sajambriegos, como es el caso, ha de tenerse presente que, pese a la crisis general del reino, todo el siglo XVII fue una época de aumento demográfico en Sajambre y lo que hoy es Soto, Oseja o Pio estaban mucho más poblados y urbanizados que en la actualidad e, incluso, mucho más de lo que llegó como realidad al siglo XX. A finales del siglo XVI y en el XVII, en casi todos los pueblos del valle hubo barrios enteros que se despoblaron a lo largo del siglo XVIII. Por eso, hay que considerar que lo que hoy parece estar “a las afueras” de un pueblo, pudo no estarlo en el siglo XVII.

A pesar de la lacónica descripción que ofrece el escribano público, Agustín Piñán, y tras comparar lo que se dice en este contrato con lo que se hace en el de San Roque, parece que la ermita de San Pelayo fue un templo muy sencillo, carente de pórtico, con una sola nave cubierta por bóveda de cañón y con una sola puerta quizás de doble hoja, ya que una mención documental del año 1675 dice que ciertos vecinos de Pio se hallaban a las puertas de la hermita del señor San Pelayo.  Ese plural que aquí se emplea tal vez se refiriera a la doble hoja de la única puerta que se describe en el contrato de 1703.  

La puerta de la ermita poseía un arco de medio punto, que se retrata con la siguiente expresión: su puerte de medio cortezo. Nótese la metafonía asturleonesa en /puerte/ en lugar de /puerta/ y el uso metafórico del término /cortezu/, también asturleonés, para referirse a las dovelas que forman el arco, a modo de “corteza” de dicha puerta.  

La carencia de pórtico de la antigua ermita de San Pelayo se asemeja a lo que sucede en la de San Pedro de Orzales (Ribota) del siglo XV. En cambio, la de San Roque tenía pórtico y es posible que también lo tuviera la de San Julián. Tales pórticos eran atrios cubiertos, a estilo de la tierra, y se sustentaban en pilares de madera (como asimismo sucedía en la iglesia de Soto que se reconstruyó en 1642). En la ermita de San Julián también había sardo en el exterior.

Junto a todos estos elementos arquitectónicos, la ermita de San Pelayo tenía además un campanario para una única campana.

Como es tradición en la zona, los habitantes de Pio se encargaron del acarreto de piedra y madera para la nueva ermita: que los vecinos sean obligados a traerles el reparo, así de cantería, como de carpintería, a dicho lugar de Pio, en donde tienen acordado poner dicha hermita y que dichos acarretos que se hicieren se agan a sus espensas. En este caso, el propio vecindario costeaba la obra, pero cuando Domingo Piñán de Cueto Luengo construyó su palacio y su capilla señorial, también los vecinos de Oseja ayudaron en el acarreto de los materiales, según la costumbre que obligaba a la comunidad vecinal a ayudar a sus miembros en las tareas de construcción.  

El contrato de San Pelayo se establece con Juan de Noriega, maestro de carpintería y vecino del concejo asturiano de Ribadedeva, y con Antonio García Álvarez, maestro de cantería y vecino del concejo de Llanes.  Entre los testigos aparece otro cantero llanisco, llamado Pedro Ribero, que trabajaba con Antonio García. Dos meses más tarde, Antonio y Pedro se harán cargo del trabajo de cantería en la reparación de la ermita de San Roque. Los trabajos de San Pelayo costaron 1.100 reales y 200 maravedís de salario a los operarios. 

DOCUMENTO

1703, agosto, 19. Pio (Sajambre).  
Contrato de trabajo de los vecinos de Pio, reunidos a concejo y presididos por Pedro Fernández, alcalde de la Santa Hermandad, con Antonio García, maestro de cantería, vecino del concejo de Llanes, y con Juan de Noriega, perito de carpintería, vecino del concejo de Ribadedeva, para el traslado y la reconstrucción de la ermita de San Pelayo, estableciéndose las condiciones arquitectónicas que debía tener dicha ermita, el coste de la obra y los salarios. 
Oseja de Sajambre, Archivo de la Casa Piñán, Sección 1, caja 10, leg.1703, s.f.


En el lugar de Pio, concejo de Sajanbre, a diez y nuebe días del mes de agosto, de mil setecientos y tres años, parescieron presentes en tres partes, de la una el señor Pedro Fernández, alcalde de la Santa Hermandad por su magestad, Dios le guarde, Juan de la Puente, Pedro del Collado, Thoribio Mayón, Juan Gargallo, menor, Juan Gargallo, mayor, Pedro del Collado, mayor, Estébano del Collado, Pedro Hidalgo, Pedro y Juan Redondo, hermanos, Pedro Gargallo, Ysidro y Pedro Gargallo, hermanos, Silbestre González, Mathías y Josseph Redondo, hermanos, Pedro Mayón, Pedro Redondo Rojo, Domingo Redondo, Alexo Redondo, todos vecinos de dicho lugar, juntos en la parte y sitio acostunbrado, como lo tienen de costumbre de se juntar para azer y conferir las cosas de la utilidad de la república, a son de canpana tañida, de que yo escribano doi fe aberla oído. Y por los ausentes, güérfanos y viudas prestaron caución de racto, grato e manentte pacto de que estarán y pasan por lo contenido en esta escriptura, so espresa obligación que hicieron de sus personas y bienes, y de los propios y rentas de dicho lugar, mediante son la mayor y más sana parte de los vecinos de dicho lugar, de que yo, escribano, doi fee, y juntos de mancomún, con renunciación de leyes de la mancomunidad como en ellas se contiene.

Y dijeron que mediante se alla con disposición de mudar la hermita del glorioso San Pelayo del sittio donde se alla al dicho lugar de Pio por estar dicha hermita muy deteriorada, todos los referidos unánimes y conformes ajustaron la obra de dicha hermita, de cantería y carpintería, con Juan de Noriega y Anttonio García, maestros del mismo arte, que están presentes y vecinos que dijeron ser del concejo de Llanes dicho Anttonio García, perito de cantería y el dicho Juan de Noriega, de carpintería, del valle de Riba de Deba. Y se obligaron en la forma dicha de reparar dicha hermita // con la deçencia que se requiere, sin alterar ni ynovar según las capitulaciones siguientes.

Primeramente, que los vecinos sean obligados a traerles el reparo, así de cantería, como de carpintería a dicho lugar de Pio, en donde tienen acordado poner dicha hermita y que dichos acarretos que se hicieren se agan a sus espensas.

Y que dicha hermita no a de tener más edificio ni agricultura que la que al presente tiene, que es una bóbeda con los mismos buecos y maçizos, su puerte de medio cortezo y dicha ermita con su canpanario para una canpana con la decencia necesaria. Y el bueco de dicha capilla aya de ser el mismo que tiene, en donde está dicho santuario. Y si se renta la obra, así de un género como de otro, a de ser visto por entrambas partes por personas nonbradas de uno y otro arte, cuya cantidad fue mill cien reales el edificio de ella, la qual quedaron pagar para el dicho día los referidos, apercibirlo y cobrarlo y d(…) cobrará cada uno de dichos maestros a ducientos maravedís de salario, sin embargo de uno y otro quieren se agan las mismas delijencias que se renumeran. Y los dichos maestros se obligaron a lo que dicho es con poder de justicias y renunciación de leyes de su fabor y el dicho lugar la menoridas dél.

Siendo testigos: el licenciado Don Toribio Díaz Prieto, cura de los dichos lugares, y Pedro Ribero, maestro del mismo arte de cantería, vecinos que dijeron ser del concejo de Llanes, y Domingo García, vecino de dicho concejo. A los susodichos y otorgantes yo, escribano, doi fe conozco. Y lo firmaron los que supieron y por los que no, un testigo. Y en fe de ello lo firmé.

Antonio García Álbarez (rúbrica).
Antte mí, Agustín Piñán de Cueto Luengo (rúbrica).


domingo, 29 de mayo de 2016

LOS PORTALES ANTIGUOS DE LAS CASAS SAJAMBRIEGAS



La fisonomía de la casa sajambriega anterior a 1800 era diferente a lo que llegó como casa tradicional al siglo XX. Uno de los elementos arquitectónicos que marcaba dicha diferencia eran los portales o portaladas, voces que son sinónimas en Sajambre, según la segunda acepción que ofrece el Diccionario General de la Lengua Asturiana (1). 

Para empezar, muchas de las casas sajambriegas de la Edad Moderna tenían dos portales, uno en la parte delantera de las casas y otro en la parte trasera. Al mismo tiempo, algunas lo tenían solo delante de la puerta principal y otras solo en la parte trasera.  

Vierdes, 1721. Inventario post mortem de Juan de Granda: «ynbentariaron la mitad de la casa en que bibía dicho difunto, que se conpone de mitad de cozina, establo, pajar, portal atrás y adelante, y bodega, que linda con órrio de Cosme de Granda y Camino Real». 

Soto, 1699. Inventario post mortem de Juan de Martino, el que fuera Merino Mayor de Valdeburón: «la casa en que al presente bebía que se conpone de coçina, sala, aposentos, bodega y portal y establos, que en todo son seis bigadas de casa, con su portal al lado de atrás, según linda toda con el río caudal y con los güertos que están al lado de arriba de dicha casa y con casa de los herederos de Pedro Alonso». 

Soto, 1699. Inventario post mortem de Juan de Martino: «Yten una bigada de casa del susodicho en dicho lugar, do diçen Ballobal, con su portal atrás y adelante, según le corresponde, que linda con casas de Manuel Sánchez y con casa de Pedro Sánchez, su hermano». 

Ribota, 1693. Juan Fernández hipoteca la mitad de su casa como garantía del pago de un censo a favor de Domingo Redondo, vecino de Pio: «hypoteco la media cassa de mi continua morada, según está sita en el lugar de Rivota, a do dizen la Vega del Soto, que se compone de cozina, pajar y establos, portales atrás y delante, con sus antojanos, entradas y salidas, y servidumbres, que es de piedra, madera y teja. Y linda con la otra media cassa mía y güerta que está a la parte de atrás de dicha cassa y camino que ba a Tamanzia y a Güérgola». 

Ribota, 1674. Diego Fernández recibe de su madre «la mitad de la casa en que al presente vive, de piedra, madera y teja, con su bodega y sus portaladas de atrás y delante, en el barrio de Güérgula». 

Soto, 1665. Inventario post mortem de Mencía de la Caneja: «Yten una portalada que está a la parte trasera de dicha casa, que corresponde a la media bigada referida». 

Ribota, 1662. Inventario post mortem de Juan Fernández de Ribota: «la cocina antigua con dos portaladas, la una a la parte del río caudal del dicho lugar de Rivota y la otra a la delantera de dicha casa, que dicha casa y portaladas lindan con casa de Alonso de Viya y con el río caudal y con la güerta cercada de parez seca, con sus antoxanos y más derechos». 

Soto, 1636. Inventario post mortem de Marcos Piñán: «una casa de morada con coçina, bodega de amasar y quatro aposentos dormitorios, un reçibimiento y un portal fuera de dicha casa, pegado, y un establo en la misma casa de morada, con tenada y una portalada de atrás de dicha casa, todo pegado, con su establo».

Estos portales se construían prolongando la aguada o faldón del tejado sobre las fachadas, apoyándose la techumbre en «postes» de madera. 

Oseja, 1666. Se habla de una construcción que estaba haciendo Juan de Vega en el barrio de Quintana: «En Osexa, concejo de Saxanbre, a 23 de junio de 1666. Pedro de la Mata pidió embargo en el portal que arma delante de la cassa por quanto con dicho portal se toma el camino de carro para el servicio de su órrio y se detiene el agua del techo de su cassa por aver sacado el techo del portal más afuera que está el techo de la cassa de Pedro de la Mata y se hace notorio agravio. Y pidió no se le pusiese ripia ni texa, ni se haga otro edefiçio antes se demuela lo hecho». 

Oseja, 1670. El regidor de Oseja, José Díaz de Caldevilla, en nombre de los vecinos de dicho lugar, denuncia a José Bermejo porque habiéndole dado «los veçinos de este lugar un pedazo de suelo para armar dos vigadas de casa y lo tomaron señalado y antojanado, con calidaz y condición que no sacarían la lizaza ni lienzo de paredes, ni esquina ninguna, ni armadura de portal fuera de aquello que se le señaló para dichas dos vigadas de casa», desobedecieron e hicieron la obra más grande de lo que había sido licitado por el concejo.  El juez acepta la denuncia y paraliza la obra. 

Oseja, 1669. Bernabé Martínez, vecino de Oseja, construía un portal en «la pendiente de su casa» que ponía en riesgo la pared de la huerta de la fragua, propiedad de Lupercio Díaz, en el barrio de la Pandiella, a causa de «en particular el arroyo que ba por dicho sitio se a de desviar por de fuera de los postes de dicho portal y arrimarle haçia la parte de la parez de dicha güerta donde se sigue peligro moral de caer la parez de dicha güerta con el corriente del agua y follaxe de los carros y ganados que por allí an de correr y pasar».

El portal sajambriego que describen los documentos de los siglos XVII y XVIII era como el que todavía conserva la Casa Piñán de Oseja.

Postes posiblemente originales que sustentan la techumbre del portal de la Casa palacio de los Piñán de Cueto Luengo, en Oseja de Sajambre.
La prolongación del faldón o pandilla de la cubierta de la Casa Piñán forma el portal.



A partir del último tercio del siglo XVII se empieza a dar un uso diferente al espacio de los portales, cerrándolo y transformándolo en espacio habitable: 

Oseja, 1675. Inventario post mortem de María Martín: «la cozina de la morada de dicha María Martín que es una bodega que está en la portalada de la casa de la continua morada en que vive Gregorio de Acevedo. Linda con la cozina de dicho Gregorio de Acevedo (su hijo) y con el camino de los molinos de Carunde». También poseía una «casa nueva con su portalada». 

Oseja, 1675. Inventario post mortem de Pedro Díaz de Caldevilla: «con más la cozina en que vivía a la portalada de dicha casa». 

Soto, h.1679: «diéronle a Juan Díaz… con lo que se corresponde de la portalada nueva con su aposento». 

Soto, 1805. En la casa de Isabel González, viuda de Pedro Díaz de la Caneja: «la bodeguita que está en el portal de esta mi casa». 

Pio, 1815. Inventario post mortem de María Fernández: «una portalada que sirve de caballeriza con su pajar».

El aspecto del cerramiento de estos portales tradicionales puede contemplarse hoy en la Casona del Socuestu, en el Concejo de Amieva, fechada entre los siglos XVII-XVIII que por Resolución del 11 de enero de 2016 (BOPA 08/02/2016) pasó a formar parte del Inventario del Patrimonio Cultural de Asturias.

Proporciono dos de las fotografías de Belén Menéndez Solar que fueron incorporadas al inventario del Principado y publicadas en el mencionado BOPA. Pueden verse en mayor resolución en su artículo titulado «Amieva. La Casa del Socuestu», cuyo enlace añado en la nota (2).

Fuente: BOPA 2016-02-08 y Blog de Belén Menéndez Solar (2)
Antiguo portal de Oseja de Sajambre.

El portal de la Casa de los Piñán de Cueto Luengo, sin cerrar, está fechado por documentos conservados en su Archivo entre los años 1621 y 1639, que fue cuando se construyó el palacio rural del que forma parte.  Lástima que en Sajambre no suceda lo mismo que en Asturias y las construcciones antiguas de los concejos leoneses de la Montaña Oriental se valoren y se protejan como se merecen.

El caso amievense muestra que los portales antiguos de la arquitectura civil sajambriega eran del mismo tipo que los utilizados en Asturias. Otro caso conservado, del que tenemos noticia, se encuentra en la localidad de Insierto (Valle del Cuna), en el concejo de Mieres. Se trata de la conocida como Casa de las Novenas, del siglo XVIII (3):




Como puede verse, tanto en la Casa de las Novenas, como en la casa del Socuestu, existe un zócalo de piedra que cierra en parte el espacio porticado. Si hacemos caso a los documentos sajambriegos, tales obras han de ser posteriores a las últimas décadas del 1600.  Y el palacio de los Piñán es más antiguo que todas ellas.

El esquema básico del portal utilizado en las viviendas puede verse en los pórticos de ermitas e iglesias rurales en el tercio norte peninsular, llegando muchas de ellas a 1800 con zócalo cercado.  Proporciono ejemplos cercanos a Sajambre, como son los de Santa Eulalia de Valdeón, Santa María de Viegu y Santiago de Vis (4). En Sajambre, esta tipología se reproduce en la ermita de San Roque, aunque hoy ofrezca una techumbre a tres aguas que seguramente no tuvo en su origen.

Pórtico de la iglesia de Santa Eulalia, de Posada de Valdeón.
Pórtico de la iglesia de Santa María de Viegu, concejo de Ponga.
Pórtico de la iglesia de Santiago de Vis, en la parroquia de Mián, concejo de Amieva. Fuente: Amigos del Texu (4).


NOTAS

(1)   Xosé Lluis García Arias, Diccionario General de la Lengua Asturiana: http://mas.lne.es/diccionario/palabra/60123
 

(2)   Blog de Belén Menéndez Solar:  







domingo, 16 de septiembre de 2012

EL MOLINO Y EL LAVADERO DE CALDEVILLA EN 1815 (y 2).



Veíamos en el post anterior cómo el concejo de Oseja había denunciado la obra de un nuevo molino que pretendía construirse en Ruseria y leíamos las argumentaciones del Pueblo por boca de sus representantes legales.

La Fuentona en la actualidad.
 El molino que Isidoro González quería construir con el agua de La Fuentona era un molino de cubo, lo que suponía una innovación para Oseja, en donde solo existían los tradicionales molinos que se movían con la fuerza del río.  Como viene siendo habitual en la mentalidad campesina en general y en la sajambriega en particular, las gentes se opusieron a la novedad por la fuerte desconfianza que les causaba la iniciativa arremetiendo con el tremendismo y la dureza que vimos en el post anterior contra Isidoro González.  

La variedad del «molino de cubo» se utilizaba para lugares en donde la corriente de agua era escasa, como sucedía con el arroyo que salía de La Fuentona. La rueda se movía por la presión que alcanzaba el agua recogida en un depósito vertical y circular, llamado cubo, que accionaba la rueda según se iba vaciando.   

Al defenderse de las acusaciones de los vecinos de Oseja, el dueño del molino precisa las características y el emplazamiento exacto de la construcción:  

«Los ymaginados perjuicios que dibulgan los contrarios temiéndose que yo haga algún alberque por bajo de la Fuente de Monasterio a donde pudiera suceder algún daño, éste se evita porque prometo no hacer allí alberque alguno, supuesto que el agua de dicha fuente la yntrodujo en un huerto mío ynmediato para su riego, a donde pienso hacer toda la maniobra, y el cubo a de principiar en dicho huerto cerrado, y el molino bajo el mismo huerto, sin que pueda seguirse daño a ninguno, que por lo mismo conpré y derribé un nogal que avía a donde se funda el sitio que tengo principiado a cimentar. Por lo que dicho enbargo nace de pura malicia... » (1815, agosto, 9).  

Por tanto, el depósito de agua estaría en el huerto propiedad de Isidoro González, topográficamente más alto que el molino que iba a construir en la orilla del camino, cuya integridad y la del lavadero se aseguran: 

«Se dejará tránsito y cañada suficiente para tránsito de ganados de toda especie. El labadero quedará como se halla. Las aguas nunca podrán hacer los daños que se proponen porque ya no le hacen, ni aora, ni aunque tomen otra dirección pueden hacerle balsa. Para aquél tampoco pienso hacerla. Y así queda devanecido lo que se dice de aogar los niños. Toda la represa que de éstas pueda hacerse queda dentro de mi misma posesión y en caso de haver daño, yo solo le esperimentaría» (1815, agosto, 9).  

Por lo que se dice, el molino proyectado constaría exclusivamente de un cubo, sin ningún estanque adicional, que se iría llenando con el agua convenientemente canalizada de La Fuentona hacia el huerto que, a decir de otros documentos, estaba cercado, lo que a su vez minimizaba o, incluso, impedía  los hipotéticos peligros que podían suponer estas instalaciones.  

El conjunto del mecanismo que se quería construir se iba a hacer en una propiedad particular de Isidoro formada por el huerto y por el solar que había ocupado el nogal derribado. No obstante, sí parece que el edificio del molino sobrepasaba en algo estos límites, según las palabras del propio Isidoro:   

«El terreno público que la máquina pueda ocupar no pasa de doce pies (3’65 m). El perjuicio que de aquí pueda provenir es ymaginario por la utilidad que resulta y a él ningún perjuicio deve ésta echar» (1815, agosto, 9).   

Lo que no tolera Isidoro González es la injusta acusación sobre el carácter público del huerto que era de su propiedad. La falsedad de este argumento parece demostrarse al no volver a mencionarse el hecho en la restante documentación del pleito:

«El otro reparo que se pone en el otro escrito de la pretensión a que contesto es en todas sus partes despreciable e impertinente. Por tener solo mala causa se propone. Yo tengo título y dominio en el huerto, y aunque no le tubiera no es de este juicio el ventilarlo, pero le tengo y me hallo en quieta y pacífica posesión. Y si sobre esta certeza el contrario quiere disputar, que lo haga en otro juicio» (1815, agosto, 9).   

Al margen de estas respuestas a las acusaciones del Pueblo de Oseja, el emprendedor sajambriego justifica de la siguiente manera y por las siguientes razones la conveniencia de su molino: 

«Este molino, estando en medio de la población, es más útil que todos los que hay en todos sus términos. Es éste un país nevosísismo, de ir a los otros molinos, (lo) que solo se puede verificar peonilmente, se siguen muchos perjuicios que no habrá quando yo ponga corriente (a) mi muela. Aquí, desde casa, a pie o de a caballo o con carro, qualquiera puede conducir sus moliendas» (1815, agosto, 9).    

Esta afirmación y otra noticia de 1819 a la que nos referiremos en un instante dan a entender que el molino de La Yana, documentado en 1759, no se hallaba en funcionamiento. Pero la verdad es que la idea de Isidoro González era buena. Los lectores de este blog ya pudieron comprobar los problemas que originaba el difícil y concurrido tránsito del camino del Valleyo hacia los molinos de Carunde. Y cabe asimismo imaginarse muy bien los incómodos trabajos de la población al tener que recorrer la distancia que separaba el caserío del Buseco, a la ida y a la vuelta, con los caminos completamente cubiertos de nieve. 

Los documentos conservados no contienen la sentencia de este pleito, pero en la zona de La Fuentona existió un molino en el siglo XX que perteneció a la familia González, así que quizás ganaron el litigio. Nada sé de las características técnicas de dicha construcción, si era verdaderamente de cubo y si se conserva en la actualidad alguna huella de aquel depósito, aunque intuyo una respuesta negativa dada la transformación y urbanización del lugar.  

Después de sufrir la incomprensión de sus vecinos, en 1819 un hermano de Isidoro, llamado Pedro González, denuncia a Santos Díaz de Oseja y a José Díaz de la Caneja Piñán por un molino harinero que pretendían construir en el barrio de Las Cortes movido con el agua de la fuente de La Yana.  Dicho molino debía ser el que se documenta en el año 1759 perteneciente en parte a Don Joaquín de Sosa, de quien debió heredarlo su pariente, José Díaz de la Caneja Piñán. 

El argumento principal defendido por Santos y por José para la construcción del molino de La Yana era la conveniencia de poseer un molino dentro del pueblo para mayor comodidad de los vecinos a fin de que no tuvieran que desplazarse a los más alejados de Carunde o El Buseco.  

José Díaz de la Caneja figura en los documentos que rechazaban el proyecto de Isidoro González cuatro años antes. Los argumentos que combatía en 1815 contra uno de sus vecinos eran exactamente los mismos que defendía en 1819 para su propio beneficio.