Si se quiere reconstruir con fidelidad la
vestimenta tradicional sajambriega basándose en las fuentes documentales
conservadas, lo primero que debe hacerse es establecer el periodo cronológico
de referencia.
A mi modo de ver, dicho periodo debiera ser anterior
al siglo XX e, incluso, anterior a la década de 1880, porque a partir de dichos
años es cuando más se desvirtúa la tradición, bien por la difusión de estampados,
tintes y tejidos fabricados de manera mecánica, ajenos a los usos locales; bien
por la introducción de nuevas prendas, como el pantalón largo de los hombres; bien
por la adopción de usos urbanos, como el mandil blanco de las criadas, que se trasplanta
al medio rural hacia 1900 (1), o la boina de los obreros que vivían en las
ciudades del norte, a donde habían llegado procedentes de distintos lugares de Castilla
atraídos por el desarrollo minero e industrial.
En cada siglo existieron innovaciones estilísticas
que conviene distinguir de lo que era la indumentaria tradicional. Ahora bien, ¿cómo podemos
diferenciar lo que es «tradicional» de lo que simplemente es «antiguo»? Considero que fijándonos en las constantes y separándolas
de las innovaciones pasajeras, propias de la moda de cada época que no perduran
en el tiempo y que no se difunden entre la población.
Por ejemplo, constantes serían la montera, las coricias o las madreñas, características
del traje tradicional masculino, y un elemento ocasional sería la casaca, que
se pone de moda en el siglo XVIII, aparece esporádicamente en algunos inventarios
de principios del siglo XIX y termina por desaparecer con el cambio de la moda.
Tampoco forman parte de la vestimenta
tradicional las prendas sofisticadas o los tejidos ricos que los más pudientes
utilizaban como signos de ostentación y de distinción social. Así sucede con los herreruelos, las
sedas, los damasquillos o los paños de Segovia y Ágreda que poseían los
miembros del linaje Piñán de Cuetoluengo y ciertos párrocos locales en los
siglos XVII, XVIII y XIX.
En Asturias, el traje tradicional se basa en la
indumentaria usada por los campesinos en el ámbito rural a finales del siglo
XVIII y siglo XIX hasta el último tercio aproximadamente, siendo el periodo
comprendido entre 1875/80 y 1920 la época en la que desaparece esta antigua
forma de vestir. La conclusión de los etnógrafos del siglo XX, que reconstruyeron
dicha vestimenta, es que el conservadurismo de los habitantes del medio rural les
hizo seguir utilizando en el siglo XIX formas de vestir que se usaban en la
centuria precedente. De ahí que toda la bibliografía al respecto sitúe en la
segunda mitad del siglo XVIII y gran parte del XIX el origen cronológico de lo
que hoy se considera el traje asturiano.
En Sajambre, coincidimos con los asturianos en
el límite final, es decir, en los cambios notorios que se producen en las
últimas décadas del siglo XIX, que pertenecen ya a la realidad cultural de la industrialización,
ajena a la artesanía y manufactura local: tejidos importados, como el algodón y
la pana, telas fabricadas mecánicamente, tintes y estampados industriales, etc.
Además, la moda que se impone entre la población masculina de los pueblos a
partir de 1880 supone la adopción de la modernidad a través del modelo burgués (pantalón, chaleco, chaqueta),
un atuendo que tiende a la uniformidad. Esto hace que un traje de pana con pantalón largo,
chaleco, chaqueta y boina de Sajambre no se distinga en nada del usado por los
labradores de Palencia, Burgos o Zamora.
Lo que no tengo tan claro es si hay que
considerar la segunda mitad del siglo XVIII como punto de partida, ya que la
saya, la camisa, el jubón, el mandil, el dengue, el rebociño o la mantilla, en la
indumentaria femenina, y los calzones, los escarpinos, las medias, las fajas, la
montera o las coricias, en la masculina, así como las madreñas en ambos casos, están
documentados desde mediados del siglo XVII y, en algún caso, antes.
Todas estas prendas estaban extendidas entre quienes
vivían en Sajambre y se repiten en los documentos desde el siglo XVII hasta
mediados del siglo XIX, llegando varias de ellas hasta el mismo siglo XX y
perdiéndose otras al ser sustituidas por ropa más moderna, como los calzones por
los pantalones y la montera por la boina.
Falta por evaluar si existieron diferencias de género en la modernización de la vestimenta sajambriega, es decir, si los hombres se modernizaron antes que las mujeres o viceversa. Por lo que se sabe, en Asturias, los hombres adoptaron la indumentaria burguesa de pantalón largo, chaleco y chaqueta antes que las mujeres empezaran a alejarse de los usos tradicionales, quienes conservaron tales tendencias hasta la segunda década del siglo XX (1). En principio, en Sajambre podría decirse lo mismo al observar que, mientras algunas mujeres siguieron usando sayas, dengues y jubones a finales del XIX y principios del XX, el total de los hombres ya había adoptado para entonces el pantalón largo y la boina. La prueba la encontramos en el registro fotográfico, al menos en el que yo conozco. En las fotos más antiguas podemos ver mujeres con el atuendo tradicional, pero ningún hombre con las monteras que se mencionan en los documentos. Otro tanto puede decirse de prendas de hechura antigua conservadas, como las que guarda Juan Manuel González en su colección. Esas prendas son femeninas. En cambio, al siglo XX no llegó ningún calzón corto, ni ninguna montera.
Hechas estas aclaraciones metodológicas, me dispongo a comentar algunas cosas relativas a lo que puede considerarse el traje tradicional sajambriego. En muchos inventarios post mortem de los siglos XVII, XVIII y XIX, tanto de hombres como de mujeres, se menciona «un vestido a uso de la tierra», sin más especificaciones. Es evidente que la expresión «a uso de la tierra» hace referencia a una costumbre local, es decir, a una tradición.
Falta por evaluar si existieron diferencias de género en la modernización de la vestimenta sajambriega, es decir, si los hombres se modernizaron antes que las mujeres o viceversa. Por lo que se sabe, en Asturias, los hombres adoptaron la indumentaria burguesa de pantalón largo, chaleco y chaqueta antes que las mujeres empezaran a alejarse de los usos tradicionales, quienes conservaron tales tendencias hasta la segunda década del siglo XX (1). En principio, en Sajambre podría decirse lo mismo al observar que, mientras algunas mujeres siguieron usando sayas, dengues y jubones a finales del XIX y principios del XX, el total de los hombres ya había adoptado para entonces el pantalón largo y la boina. La prueba la encontramos en el registro fotográfico, al menos en el que yo conozco. En las fotos más antiguas podemos ver mujeres con el atuendo tradicional, pero ningún hombre con las monteras que se mencionan en los documentos. Otro tanto puede decirse de prendas de hechura antigua conservadas, como las que guarda Juan Manuel González en su colección. Esas prendas son femeninas. En cambio, al siglo XX no llegó ningún calzón corto, ni ninguna montera.
Hechas estas aclaraciones metodológicas, me dispongo a comentar algunas cosas relativas a lo que puede considerarse el traje tradicional sajambriego. En muchos inventarios post mortem de los siglos XVII, XVIII y XIX, tanto de hombres como de mujeres, se menciona «un vestido a uso de la tierra», sin más especificaciones. Es evidente que la expresión «a uso de la tierra» hace referencia a una costumbre local, es decir, a una tradición.
Pues bien, en el inventario de bienes de Isabel
Piñán, viuda de Manuel Díaz de Oseja, fechado en el año 1815, se enumeran las
piezas básicas que componían el traje femenino tradicional o «a uso de la tierra»:
«Un vestido que se dio a Micaela, es a saber: dengue, saya, jubón y camisa».
Y el documento continúa enumerando las prendas
de vestir que poseía, a su muerte, Isabel Piñán:
«Un jubón de paño, forro negro, de medio uso. Unos justillos de Monfor verdes usados. Un jubón de bayetón ya viejo. Otro de Monfor azul. Otro de rizo azul. Otro de pana negra ya usado. Unos justillos viejos de algodón. Un mandil. Un paño de tres picos de Motolina. Una saya azul a media usa. Otra de estemeña azul, lo mismo. Otra negra de estemeña casero. Otra de estemeña casera verde. Un rebociño de bayeta negra con su cinta… Un jubón de paño de Béjar ya usado. Una saya de estemeña negra. Unos justillos de rizo azul. Un mandil de sangeta. Un rebociño de paño con su palón. Una montera negra».
La «sangeta»
de este mandil debe ser ‘sangueta’, término que existe en otras lenguas
romances, como el catalán, y que significa «sangre». Por lo que este mandil debía
ser del color de la sangre, un rojo oscuro. En el año 1665, Catalina Díez, de Ribota,
poseía «un mandil de estameña azul»,
que ha de entenderse también como un azul oscuro, ya que el tinte antiguo que
proporcionaba este color se efectuaba con índigo.
Los mandiles del traje tradicional sajambriego
no fueron blancos ni de tonalidades claras con anterioridad al siglo XX. Así se
observa en los registros fotográficos más antiguos y se deduce de las menciones
documentales conocidas. Si el mandil fuera blanco, se vería en tonalidad clara
en las fotos en blanco y negro, y esto no sucede así. Este color oscuro predominante en el mandil se explica al considerar su función originaria: la de proteger
las sayas durante los quehaceres cotidianos de la casa, de la atención a los
animales y de la labranza. Por eso, debía ser una prenda sufrida. No hay que
olvidar tampoco que la mayoría de las mujeres de los siglos XVII, XVIII y XIX
poseían pocas prendas de quita y pon en sus arcas (el caso de Isabel Piñán no
es paradigmático al respecto), y que la colada era una tarea muy trabajosa que
no podía hacerse con la frecuencia que hoy permiten las máquinas modernas.
En realidad, la tonalidad predominante en la
vestimenta femenina tradicional son los colores oscuros. Los más claros
los llevaban las solteras pero, entre las demás, que eran la mayoría, no sucedía
así. Para alguna pionera que podamos encontrar, hallaremos el contrapunto en una
tónica dominante de conservadurismo. Como es natural, me estoy refiriendo a
las mujeres que vivían en el valle, en ningún caso a las que habían emigrado o se
habían ido a las ciudades y regresaban al pueblo.
En el documento citado de 1815 se comprueba la frecuencia del color negro, presente en seis prendas: jubones, sayas, rebociños y una montera. Rebociños negros seguimos viendo más tarde, en el año 1826, entre los bienes de una mujer de Soto:
En el documento citado de 1815 se comprueba la frecuencia del color negro, presente en seis prendas: jubones, sayas, rebociños y una montera. Rebociños negros seguimos viendo más tarde, en el año 1826, entre los bienes de una mujer de Soto:
«Un rebociño de paño negro a más de media usa. Una basquiña de estameña negra que mandó a su hija Josefa. Otra de lo mismo. Dos pares de medias a más de media usa».
En el de 1815 se mencionan también el color azul
(cuatro prendas) y el verde (dos). Ya sabemos que el azul era oscuro y
posiblemente también el verde. De la misma manera, el rojo era la voz que se usaba para definir la gama de los marrones. Recuérdese
que una vaca roxa es, de hecho, una
vaca marrón. Además, antes de la industrialización, los tintes usados en este tipo de ropa se obtenían de sustancias
vegetales y el rojo vivo se sacaba de la cochinilla, por lo que las telas
teñidas de rojo no se hallaban al alcance de cualquier bolsillo.
El documento de 1815 confirma lo que ya habíamos
leído en otras fuentes sobre la llegada del algodón a Sajambre en los primeros
años del siglo XIX. En este caso, las prendas de algodón y, en especial, la
pana aparecen primero entre las mujeres que entre los hombres.
La montera masculina era la forma tradicional
más extendida para cubrirse la cabeza (2), registrada desde 1674 hasta mediados
del siglo XIX inclusive. Así que es posible que la que aparece entre los
enseres de Isabel Piñán hubiera pertenecido a su difunto marido, Manuel Díaz de
Oseja.
«Un
rebociño de bayeta negra con su cinta». El término cinta se refiere a algún
adorno de esta mantilla larga, llamada rebociño, quizás una cinta de terciopelo.
Lo que no he podido encontrar es el significado de palón que también se menciona en este contexto.
Por último, no sé si el paño de tres picos
que aparece aquí podría tratarse de una pañoleta o era algún tipo de mantilla.
Los tejidos que se mencionan en este caso,
exceptuando el algodón, eran todos lienzos de lana. Los de peor calidad eran el
sayal y la bayeta. De mejor calidad, el paño y la estameña. El uso de uno u
otro, o su abundancia, dependía del nivel económico de su dueña o dueño. La documentación muestra el uso de tejidos fabricados en Sajambre en la mayor parte de los casos. Se enfurtían en la pisa del río Agüeras, que trabajaba a destajo. En algún caso, la necesidad obligó a llevar los paños a la pisa de Valdeón. Algunos inventarios muestran el instrumental utilizado por las hilanderas y no hay que olvidar que el hilado era la finalidad principal de la jila, que llegó hasta el siglo XX. Ocasionalmente, se importaban paños que traían los carreteros y los arrieros, pero solían destinarse a los ricos o a la reventa. La ropa también se confeccionaba in situ. En Soto, Ribota y Oseja existieron sastres y en momentos de superpoblación incluso en Vierdes había un sastre. En los siglos XVI, XVII y XVIII existieron muchas más plantaciones de lino de lo que la toponimia conservada indica.
Este inventario de 1815 también proporciona
información sobre los abalorios del adorno femenino:
«Unas cruces de plata y dos sortijas. Una vuelta de corales con corros a las puntas. Seis medallas de metal con su rosario».
Asimismo, entre los bienes que se incautaron a
Dominga Acevedo, vecina de Oseja, en 1661 se encontraban:
«Quatro nueçes y una cruz, y dos, digo, tres sortixas, todo de plata. Yten trainta y tres pieças de corales y acebaches. Yten unos çapatos a medio traer. Yten dos faxas y un cintero. Yten unas medias de cordelete».
También poseía vueltas
de corales Antonia de la Caneja, mujer de Juan Fernández de Ribota, en el año
1662.
Por tanto, los adornos que llevaban las
sajambriegas más acomodadas eran corros de coral con colgantes de plata y
azabache, alguna sortija de plata y, hasta el momento, ninguna pieza de oro, ni
siquiera entre los más ricos. Quizás las medallas de metal pendían del cuello
con cintas o cordones.
El documento anterior de 1661 habla también de
zapatos y de medias. Y sobre este particular quiero proporcionar algunos datos.
Las coricias
se documentan en Sajambre desde mediados del siglo XVI hasta la invasión
napoleónica. Es un calzado característico, también usado en Asturias donde se
conoce como corizas, que se hacía con
pieles de vacuno o de cabra sin curtir, como su propio nombre indica. Cubría la planta, parte del pie y se
ataba con cuerdas. Este sencillo calzado llega al siglo XX, a veces fabricado con otros materiales.
El escarpín o escarpinos fue una prenda muy utilizada en la Península Ibérica
desde la Edad Media (3). Consistía en una especie de calcetín grueso que
protegía el pie, se colocaba encima de las medias y, después, se calzaba en las
madreñas. En el traje tradicional asturiano y en el sajambriego perduraron los
escarpinos de sayal hasta el siglo XX.
En casos de 1652 y 1709 se documentan polainas, prenda masculina de lana o de
cuero que servía para cubrir la pierna desde la rodilla al tobillo y que
parecen haber sido de uso restringido y, por tanto, no tradicional, ya que se leen en inventarios de
personas acomodadas: uno, el comisario Piñán, que poseyó «unas polainas de rodillera» y otro, José Díaz, vecino de Oseja, en
el barrio de Caldevilla, lindando su casa con la de los Piñán de Cueto Luengo, que
era dueño de «unas polaynas de paño
buenas, unas medias de Guaza, dos pares de çapatos, dos monteras ya usadas»,
cuyo inventario de bienes retrata a un labrador de mediana posición económica.
Las medias de José Díaz debieron haber sido
adquiridas en alguno de los viajes periódicos que efectuaban los carreteros y
arrieros sajambriegos a la Meseta, ya que procedían de Guaza de Campos, en la provincia de
Palencia. Por su parte, las
«medias de cordelete» del inventario de Dominga Acevedo de 1661 quizás se llamaban así porque poseían acanaladuras.
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NOTAS
(1) F. Santoveña Zapatero, Vestidos de asturianos. 100 años de fotografía e indumentaria en
Asturias, Universidad de Oviedo, 2012.
(2) Los Piñán de Cueto Luengo, es decir, los más
ricos del lugar, no lucían monteras, sino sombreros, que eran de tres picos en
el siglo XVIII.
(3) En el inventario de bienes de Diego López de
Ayala, de 1441, se describen «unos borceguís con sus escarpines dentro» (A.
Franco Silva, La fortuna y el poder:
estudios sobre las bases económicas de la aristocracia castellana (S. XIV-XV),
Cádiz: Universidad, 1996, p.205).
4 comentarios:
Muchísimas gracias Elena. Tomo nota. Una información muy valiosa.
Como estuve de vacaciones _en la Playa, aunque pocos días, no había leído tu comentario sobre la Indumentaria Sajambriega yo creo que estás muy acertada en el estudio sobre ella y que así más o menos debía de ser. Yo aún recuerdo que todas las personas mayores llevaban esos atuendos más o menos, los colores oscuros siempre eso sí, y las ropas más bien muy pobres porque gente rica había muy pocos...que algunos y algunas tambien se distinguían. Yo nací el año 1932 y conocí bien las coricias así como dices de cuero que las hacían ellos, los escarpines de sayal que llevaban casi todos los hombres con las madreñas y que se hacían es casa y las polainas de paño...y todo esto después de la guerra ya cuando la pobreza era tan grande, sobre todo lo usaban los pastores pero tambien jóvenes y niños...
Bueno que nos veremos en OSEJA....el lunes 4 hasta entonces
No, no sabía nada de ese título pontificio. Lo primero que habría que hacer es contrastar dicha información con fuentes fiables que, de ser cierta, debe proceder de los descendientes de Juan Díaz-Caneja.
Lo que puedo decir es que he estado indagando un poco en las obras publicadas que relacionan los títulos nobiliarios pontificios autorizados en España, según los archivos del Ministerio de Justicia y que ha venido editando el Instituto Luis de Salazar y Castro (institución del CSIC dedicada a estudios de esta naturaleza). El resultado de la búsqueda ha sido negativo, ese título no aparece en dichas relaciones, de lo que se deduce que tal distinción no es legal en nuestro país.
En cualquier caso, de haber existido, se trataría de una concesión papal a los méritos personales de un individuo hacia la Iglesia Católica, “méritos” que acostumbraban a ser generosas donaciones. Durante el pontificado de Pablo VI se abolieron tales concesiones.
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