domingo, 3 de mayo de 2009

"EL PALACIO" DE OSEJA: UN CENTRO DE PODER DE HACE MIL AÑOS. CONCLUSIÓN (y IV).

Fuera quien fuera el titular del palacio hay dos cosas claras:

1º.- La existencia, durante el siglo XI y posiblemente antes, de una institución señorial a la que estaba subordinada la población de varias aldeas sajambriegas.La sede de este poder señorial era el palacio que se levantaba en el lugar de Oseja así llamado. De alguna forma, esta ubicación y, sobre todo, la presencia de un señor, de un poderoso, que conformaba un centro simbólico de poder, pudo haber tenido alguna trascendencia institucional tras la desaparición de estas formas de estructuración y explotación del espacio. Me refiero a que este centro de poder empieza a señalar al pueblo de Oseja como el corazón administrativo del territorio sajambriego.

2º.- La existencia de campesinos dependientes del poder o poderes señoriales, que debían hacer frente a las onerosas cargas de uno o de más señores, pagar las multas y los impuestos, y satisfacer a la Iglesia los diezmos y los derechos derivados de la práctica cultual.Como aquellas "oppresiones" que mencionan los documentos medievales que hablan de palacios, imagino a nuestros antepasados sajambriegos renunciando a su condición de hombres libres para poder sobrevivir; aceptando depender de un poderoso para poder cultivar un pedazo de tierra del que poder quedarse con una parte, siempre ínfima, de sus frutos y poder alimentar a su prole; aceptando la subyugación personal para poder aprovecharse de los productos de la ganadería que les correspondieran en el reparto desigual de los trabajos y sus provechos; encadenados a la tierra de por vida; sometidos a los abusos del señor; sufriendo la (in)justicia administrada por la autoridad del palacio; soportando los excesos de las decisiones arbitrarias, las multas desorbitadas, las penas desmedidas...

Poco o nada debía importarles a nuestros antepasados sajambriegos que aquel explotador fuera un noble o un eclesiástico. Para ellos era sólo un dominador más al que había que mantener, servir y obedecer.

La huella del Palacio hubo de ser profunda.

Por eso perduró en la toponimia.

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