miércoles, 11 de noviembre de 2009

EL PUEBLO DE PÍO CON ANTERIORIDAD A 1814 (2-1): molinos e iglesias.

En una venta efectuada el 13 de enero de 1660 se nombra como lugar de emplazamiento del prado que es objeto de la transacción “la Güera del Molino”, situada junto al río caudal, o sea, junto a la corriente principal. Y a comienzos de 1714, el vecino de Pío, Silvestre Gutiérrez, poseía un molino que se describe de la siguiente manera:

Un molino prósimo a moler en el río de Las Agüeras, que es todo suyo y muy bueno, y está sobre sí y no tiene con quien partir” (Archivo Piñán, 1714-01-25).

Parece, por tanto, que la instalación era nueva y que Silvestre era su único dueño. No sé si se trata de una refacción del molino documentado en 1660 o si son dos diferentes. Seguro los naturales de Pío lo distinguirán mejor que yo.

Como ya sabemos, en Pío existió un templo dedicado a San Pelayo, de cuya fundación no se tiene noticia alguna.

En el año 1980, el padre Martino informaba de la localización de la primera referencia a dicha ermita, que aparecía en un documento del año 1703. Desde entonces y hasta el día de hoy, este documento fue el único conocido que hablaba del San Pelayo de Pío. Recordaré que se trata del contrato que los vecinos del lugar establecieron con carpinteros y canteros de Llanes para trasladar y reconstruir el templo: “...en disposición de mudar la hermita del glorioso San Pelayo del lugar donde se alla al dicho lugar de Pío, por estar dicha hermita muy deteriorada. Todos los vecinos, unánimes y conformes, ajustaron la obra de la dicha hermita... sin alterar ni inobar” (1).

Según parece deducirse de la redacción, el emplazamiento original no se hallaba dentro de lo que entonces era el pueblo de Pío, sino (como quiere la tradición) por debajo del caserío y junto al camino de Vierdes. Cabe suponer que este lugar y algunas tierras de sus alrededores fuera lo que en el año 1676 se conocía como “el Balle de San Pelayo, deste lugar de Pió”, en donde los lugareños poseían prados que limitaban “con heredad de la Obra Pía que fundó el Doctor Osexa, arcediano que fue de Villaviciosa y con heredad de Phelipe de Redondo, vecino deste lugar de Pió” (Archivo Piñán, Gonzalo Piñán de Cueto Luengo, 1676-04-04). En documentos posteriores seguiremos encontrándonos con el topónimo. Sirva de ejemplo uno de 1814 en el que se escribe: “Yten declaro que la jaza de San Pelayo que yo poseo en la pradería de Campo Labagua, término de este lugar...”.

El deterioro del que habla el testimonio de 1703 nos hace suponer la mucha antigüedad de la ermita y los nuevos documentos que vamos conociendo nos permiten adelantar su datación. Como está sucediendo con otros templos del valle, también en este caso podemos proporcionar información novedosa al respecto.

El topónimo anterior de 1676 ya nos lleva al siglo XVII, pero todavía podemos ir una década más atrás. En el testamento que Juan Redondo (a quien por cierto llamaban Xan) escritura en el año 1667 aparece una misa dedicada “al señor San Pelallo” (Archivo Piñán, Gonzalo Piñán de Cueto Luengo, 1667-01-13), testimonio que se convierte, por ahora, en el más antiguo, aunque estoy segura de que según vayamos teniendo acceso a nuevos documentos podremos ir adelantando la datación de todos los templos del valle.

A partir de este momento, el culto a San Pelayo se refleja de distintas maneras en las mandas testamentarias de los vecinos de Pío. En su testamento de 1712, don Toribio Díaz Prieto dispone que se entregue una vaca a San Pedro de Orzales y “otra baca al glorioso San Pelayo, y no más que fallezca se entreguen a los mayordomos que fuessen de dichos santuarios las bacas referidas, que assí es mi boluntad” (Archivo Piñán, Agustín Piñán de Cueto Luengo, 1712-03-10). Como era natural y como mandaban las ordenanzas del Concejo, lo que el cura de Ribota califica de santuario tenía su propio mayordomo.

Otro caso es el de María Fernández de Mendoza, natural de Cordiñanes, que vivía en Pío por haberse casado con José Redondo Mayón y que hace testamento en el año 1787. En su encargo de misas votivas no se olvida de Santa Eulalia de Valdeón ni de la Virgen de Corona, pero además ordena la celebración de una misa por su alma en “San Pelayo, en su santa cassa”. Y lo mismo sucede con otro José Redondo, viudo de Marina Redondo, que en 1814 sigue encargando misas “al glorioso San Pelayo”.

La ermita de San Pelayo debía ser una obra de mampostería, seguramente de una única nave que, como dice el documento de 1703, tenía una bóveda con huecos y macizos, un campanario para una única campana y una puerta en el medio, sin duda rematada en arco. La imagino parecida a San Pedro de Orzales, aunque posiblemente de tamaño más reducido.


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NOTAS
(1) Eutimio Martino, La Montaña de Valdeburón, Madrid 1980, n.168, pp.128-129.

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