La Mitología sajambriega tienen muchas conexiones con la asturiana, pero también con la cántaba, lo que no es otra cosa que la pertenecia de Sajambre al sustrato precristiano dominante en el norte peninsular. En este primer capítulo hablaré de los seres fabulosos a través de las ánimas benditas, el nuberu, la barbarona, la berronera, el cuélebre, el diañu, los duendes, las jianas, el pellitero o el sancinojo. En el segundo capítulo me referiré a los vestigios de antiguas deidades que se han conservado en Soto, Vegabaño, Peña Santa o Trecoro y de antiguas divinizaciones de las aguas, los bosques, los árboles, las piedras, los animales o los astros.
ÁNIMAS BENDITASExceptuando los más jóvenes, todos los demás recordaremos sin dificultad los rezos e imprecaciones de nuestras madres o abuelas a las ánimas benditas. Esta veneración lleva implícita tres arcaicas creencias: las antiguas concepciones religiosas sobre la vida después de la muerte de los pueblos prerromanos, el ancestral culto a los antepasados y el miedo al “regreso” de los difuntos.
En 1959, Ángel Fernández González recogió algunas historias relacionadas con estos asuntos en su libro El habla y la cultura popular de oseja de Sajambre y en las pp.157-158, así como también en la p.155 del Vocabulario sajambriego de José Díaz y Díaz-Caneja, se describe una interesantísima costumbre que se llevaba a cabo en la noche de difuntos o poco antes de Navidad.
Los mozos, en silenciosa comitiva, recorrían una a una las casas del pueblo pidiendo “una limosna para las ánimas benditas”. Llevaban dos sacos: uno para las ánimas propiamente y otro para las “ánimas vivas”, es decir, para ellos mismos. La gente entregaba los corrapios o corras de panoyas de maiz hechos la primera noche de esbilla para las ánimas y, de vez en cuando, se les daba a los mozos algunas nueces o avellanas. El maiz se subastaba al día siguiente y lo obtenido era disfrutado por los mozos.
No resulta difícil interpretar esta tradición, cuyo origen precristiano está fuera de toda duda.
Las corras de maíz que son, además, las primeras corras que se hacen en la primera esbilla, se entregan como ofrenda a las Ánimas en una ceremonia que se desarrolla en el solsticio de invierno o en la noche de difuntos, el último día de noviembre.
En este culto a las Ánimas se produce un interesante efecto de sincretismo. A nosotros nos llega el hecho ya asimilado por el Cristianismo, para el que estos espíritus son las almas de los desdichados que aguardan en el Purgatorio su destino final en el Cielo. Sin embargo, bajo esta lectura asimilada al Cristianismo se esconden creencias más antiguas, como las concepciones religiosas indoeuropeas (ástures y cántabros eran pueblos indoeuropeos), en las que los muertos debían efectuar un largo viaje hasta la llegada a su destino en un paraíso astral, lo que hacían guiándose por la puesta del sol.
En relación con estas creencias se encuentra también el antiquísimo convencimiento de que los muertos podían dejarse ver por los vivos en los momentos inmediatamente posteriores a la muerte. De ahí, la extendida creencia en Sajambre de que los difuntos podían aparecerse a los familiares o amigos hasta dos o tres días después del fallecimiento. De hecho, el riesgo de aparaciones no terminaba, digamos que oficialmente, hasta el cabo de año tras la misa de aniversario. De ahí, que la importancia de ésta fuera tan grande como la del funeral.
E igualmente, esta presencia de las Ánimas benditas en la mentalidad popular hay que vincularla con la arraigada creencia de todo el norte penisnsular en la Güestia, Santa Compaña o procesión de almas en pena, propensas a dejarse ver con las primeras luces del alba cuando los cazadores subían al monte.
Sería interesante efectuar una recogida sistemática de historias relacionadas con las Ánimas benditas en los cinco pueblos de Sajambre. Al menos, yo todavía recuerdo algunas de las que contaba mi abuela. Y junto a ello, registrar también todos los aspectos cultuales que se desarrollaban en las iglesias del valle y en los que “intervenían” las Ánimas. Por ejemplo, muchos de los testamentos de los siglos XVII y XVIII poseían mandas con la orden de celebrar misas dedicadas a las Ánimas benditas en general.
ÁNIMAS BENDITASExceptuando los más jóvenes, todos los demás recordaremos sin dificultad los rezos e imprecaciones de nuestras madres o abuelas a las ánimas benditas. Esta veneración lleva implícita tres arcaicas creencias: las antiguas concepciones religiosas sobre la vida después de la muerte de los pueblos prerromanos, el ancestral culto a los antepasados y el miedo al “regreso” de los difuntos.
En 1959, Ángel Fernández González recogió algunas historias relacionadas con estos asuntos en su libro El habla y la cultura popular de oseja de Sajambre y en las pp.157-158, así como también en la p.155 del Vocabulario sajambriego de José Díaz y Díaz-Caneja, se describe una interesantísima costumbre que se llevaba a cabo en la noche de difuntos o poco antes de Navidad.
Los mozos, en silenciosa comitiva, recorrían una a una las casas del pueblo pidiendo “una limosna para las ánimas benditas”. Llevaban dos sacos: uno para las ánimas propiamente y otro para las “ánimas vivas”, es decir, para ellos mismos. La gente entregaba los corrapios o corras de panoyas de maiz hechos la primera noche de esbilla para las ánimas y, de vez en cuando, se les daba a los mozos algunas nueces o avellanas. El maiz se subastaba al día siguiente y lo obtenido era disfrutado por los mozos.
No resulta difícil interpretar esta tradición, cuyo origen precristiano está fuera de toda duda.
Las corras de maíz que son, además, las primeras corras que se hacen en la primera esbilla, se entregan como ofrenda a las Ánimas en una ceremonia que se desarrolla en el solsticio de invierno o en la noche de difuntos, el último día de noviembre.
En este culto a las Ánimas se produce un interesante efecto de sincretismo. A nosotros nos llega el hecho ya asimilado por el Cristianismo, para el que estos espíritus son las almas de los desdichados que aguardan en el Purgatorio su destino final en el Cielo. Sin embargo, bajo esta lectura asimilada al Cristianismo se esconden creencias más antiguas, como las concepciones religiosas indoeuropeas (ástures y cántabros eran pueblos indoeuropeos), en las que los muertos debían efectuar un largo viaje hasta la llegada a su destino en un paraíso astral, lo que hacían guiándose por la puesta del sol.
En relación con estas creencias se encuentra también el antiquísimo convencimiento de que los muertos podían dejarse ver por los vivos en los momentos inmediatamente posteriores a la muerte. De ahí, la extendida creencia en Sajambre de que los difuntos podían aparecerse a los familiares o amigos hasta dos o tres días después del fallecimiento. De hecho, el riesgo de aparaciones no terminaba, digamos que oficialmente, hasta el cabo de año tras la misa de aniversario. De ahí, que la importancia de ésta fuera tan grande como la del funeral.
E igualmente, esta presencia de las Ánimas benditas en la mentalidad popular hay que vincularla con la arraigada creencia de todo el norte penisnsular en la Güestia, Santa Compaña o procesión de almas en pena, propensas a dejarse ver con las primeras luces del alba cuando los cazadores subían al monte.
Sería interesante efectuar una recogida sistemática de historias relacionadas con las Ánimas benditas en los cinco pueblos de Sajambre. Al menos, yo todavía recuerdo algunas de las que contaba mi abuela. Y junto a ello, registrar también todos los aspectos cultuales que se desarrollaban en las iglesias del valle y en los que “intervenían” las Ánimas. Por ejemplo, muchos de los testamentos de los siglos XVII y XVIII poseían mandas con la orden de celebrar misas dedicadas a las Ánimas benditas en general.