Ningún siglo es igual a otro. El continuismo rural es un mito producto del desconocimiento histórico. Solo hace falta pensar en cómo se vivía en Sajambre en la década de 1920 y cómo se vive ahora. Las diferencias son grandes para lo bueno y para lo malo, y así sucedió en todos los siglos.
En el artículo anterior describí lo que dicen los documentos sobre las formas de vida de los sajambriegos en el siglo XVII, a través de los objetos domésticos y de consumo en las cocinas, que es el espacio habitado mejor descrito en los inventarios de bienes sajambriegos. El menaje resultó ser muy escaso en todas las viviendas y con una alta desigualdad entre los más ricos y todos los demás. No había categorías intermedias. Ese nivel básico generalizado no siempre fue sinónimo de pobreza, sino de ausencia total de elementos superfluos y suntuosos, o sea, de una inexistencia absoluta de objetos no necesarios, a los que nos tiene acostumbrados el consumismo moderno. Se vivía de una manera muy distinta a la actual, porque la mayoría de la gente no valoraba los objetos que no fueran imprescindibles para el trabajo o para la vida cotidiana. En las casas tenían lo que necesitaban y nada más. El valor se lo daban a las tierras, a los prados y a los animales. Por otra parte, tampoco hay que olvidar que el siglo XVII fue una época de crisis generalizada en toda España, por lo que las dificultades que pudieron tener los sajambriegos en esa época se agudizaron por la mala situación del reino.
Pero pese a que el siglo XVII terminó con las secuelas de la gran crisis económica y el XVIII se inició con la Guerra de Sucesión (1701-1713), que diezmó demográficamente el valle y obligó a muchos sajambriegos a emigrar, pese a estas circunstancias adversas, se observa un paulatino cambio de mentalidad a partir de 1695 aproximadamente.
Vimos cómo antes de esta fecha solo los ricos usaban manteles en las mesas para comer y solo ellos se servían de cubiertos para lo mismo. Los demás carecían de tales niveles de urbanidad y comían con las manos, con la escudilla de madera o ayudándose con el pan. Esta realidad seguirá existiendo y la escudilla para beber siguió usándose durante mucho tiempo. Tan extendida estaba esta costumbre, que los más pudientes las compraban de loza de Talavera, como el cura de Oseja y Soto en 1720, en cuyo documento se especifica el uso que se le daba: “una escodilla de Talavera con que se bebe” . No hay vasos, ni copas en la vida cotidiana de la generalidad del valle. Solo en unas pocas viviendas que vuelven a concidir con los más acomodados: los clérigos y los Piñán de Cueto Luengo. No se utilizan en los hogares de la mayoría, salvo "la copa del concejo", de plata y con una función ritual y protocolaria, que aparece ocasionalmente guardada en casa de algún vecino.
Sin embargo, a partir de 1695 se detecta una realidad cambiante, más parecida a lo que se lee en los documentos del siglo XVIII. Las innovaciones entran lentamente, ahora a través de los grupos medios de la sociedad rural formados por algunos que llegaron a alcanzar mejor situación gracias a la práctica diversificada y combinada de las actividades agropecuarias y comerciales, esta última a través de la carretería y de la arriería. El cambio empieza a detectarse, incluso, en algún hogar más modesto. En cualquier caso, se sigue observando cómo los principales cambios en las costumbres y en los objetos domésticos penetran en el valle de mano de las élites locales.
El porcentaje de uso de menaje variado en el siglo XVII, con algunas piezas más aparte de las estrictamente necesarias, era del 8’5%. Este mismo porcentaje en el siglo XVIII asciende al 27’6% de los casos. Con menaje variado no me refiero a un único caldero para el llar, sino a varios y de diferentes tamaños; cazos de distintos materiales, de hierro, de latón y de aleaciones como el peltre, con plomo y estaño; ollas metálicas y de barro; caballetes con mayor frecuencia, seguramente para asar; herradas para transportar agua, así como más de una mesa o de un escaño. Cuando hay dos escaños en buen estado, uno suele colocarse cerca de la cama.
También se documenta un número mayor de arcas porque hay más cosas que guardar, a veces entre tres y cinco, como las cinco que poseían los Díaz de la Caneja en su casa solariega de Oseja. En otras estancias de la vivienda aparecen también bancos de respaldo, escritorios y bufetes con cajones, ya no solo en casa de los Piñán de Cueto Luengo, donde había escribanos públicos, o de los Díaz de la Caneja, donde también había escribanos, sino, por ejemplo, en la casa de los Martino, de Soto. Son pequeñas diferencias que se extienden muy despacio, pero que hacen su aparición en el siglo XVIII.
Al porcentaje anterior le sigue el 21’2% de hogares que ahora tienen manteles y servilletas en las mesas para comer, frente al mismo 8’5% del período anterior que, como vimos, se limitaba a la Casa Piñán y a los clérigos.
Un 8’5% era también en el período anterior el porcentaje de casas con cualquier objeto de ostentación que podríamos calificar “de lujo”, o sea, jarras y platos de Talavera, salpimenteros o cubiertos de plata. Este mayor consumo aumenta de forma muy ligera a un 12’7% en el siglo XVIII, posiblemente porque hay información de más miembros del estamento clerical. No obstante, en 1709 se documenta un José Díaz, laico, que vivía en una casa con “cocina, sala, bodega y dos caballerizas”, sita en el barrio de Caldevilla, en Oseja, junto al palacio de los Piñán, que se hallaba bien abastecida y en el que se mencionan dos escaños de nogal y de tejo y una cama de madera sin labrar. Este José Díaz poseía también “dos jarras de Talavera, la una ya quebrada” y acababa de construirse un hórreo junto a la casa y el huerto anexo. Son diferencias que, pese a conservarse menor cantidad y diversidad de documentación que en el siglo precedente, se localizan con menor esfuerzo en el XVIII que en XVII, lo que indica un tímido cambio en la manera de vivir y en la mentalidad de algunos hogares sajambriegos durante el 1700.
En el siglo XVIII aparecen por primera vez en los inventarios de bienes de Sajambre los vasares y armarios en las cocinas para guardar los platos y las vasijas, pero las únicas casas en las que se incluye este mobiliario doméstico vuelven a ser las viviendas de los clérigos. Hasta el siglo XIX no se registran quixiellas o quijiellas para colar la ropa.
Las cocinas de los sajambriegos siguieron estando impregnadas de humo en el siglo XVIII, lo que, en su lado práctico, servía para curar la matanza. El escaño continuaba alrededor del llar, con el gran caldero colgando de las llarias o clamiyeras de hierro y con algunas tayuelas para sentarse. En cambio, la cocina baja de la Casa Piñán responde al modelo de las casas señoriales. Seguía siendo la única de chimenea de todo el valle, con varias trébedes de distinto tamaño para colocar las ollas, con vasares, platos de madera y vajilla de loza, cubertería de plata, copas de vidrio, almireces de bronce o cacillos; con la matanza curándose en dependencias distintas a la cocina y con el horno para amasar fuera de dicho espacio, en una estancia independiente. Estas cocinas libres de humo no llegaron a las restantes casas sajambriegas hasta bien entrado el siglo XIX y, en algunos casos, hasta principios del XX.
Entre los nuevos objetos que se encuentran ahora en las mesas más acomodadas, que – insisto – siguen siendo las de los clérigos y los Piñán de Cueto Luengo, se encuentran los potes de tabaco y las chocolateras, tan características del siglo XVIII. Habrá que esperar al año 1856 para encontrar una chocolatera en casa de Víctor Acevedo, vecino de Oseja.
La otra cara de esta misma moneda es la pobreza, que seguía estando bastante extendida. Por ejemplo, en 1721 el bien más preciado del mobiliario y enseres domésticos que tenía Juan de Granda, vecino de Vierdes, era un escaño destartalado.
CONCLUSIONES
La principal conclusión que se extrae de esta documentación es que la memoria que llegó al siglo XX como creencia de lo que fue la vida tradicional en Sajambre, en lo que respecta al contenido de las casas de morada, no es anterior al siglo XIX y, para muchos casos, más bien la segunda mitad del XIX.
Esta realidad es absolutamente paralela a lo que se ha estudiado en Asturias. Lo que se “cree o creyó recordar” como vida popular no sobrepasa el 1800 y lo que se considera propio de las casas tradicionales no es anterior al mismo siglo XIX.
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