martes, 10 de junio de 2008

SAN PEDRO DE ORZALES

¿Existe algún hecho que nos permita argumentar razonablemente sobre el origen de San Pedro de Orzales? El hecho emerge con nitidez si en lugar de buscar vínculos entre la iglesia y su feligresía, observamos la relación del templo con su entorno inmediato, porque:
1º.- No es una casualidad que San Pedro de Orzales se construyera debajo de una cascada.
2º.- No es una casualidad que, a diferencia de lo sucedido en otros lugares con ermitas, la iglesia diera nombre no sólo al paraje, sino sobre todo al río y a la cascada misma.
3º.- No es casualidad que para la iglesia de Ribota se haya elegido el nombre de San Pedro, que resulta ser el santo más hidróforo de todos los documentados en España.
4º.- Tampoco es casualidad que la iglesia esté orientada hacia el manantial, de tal manera que si nos situamos en la cabecera nos encontraremos mirando al altar y a la cascada al mismo tiempo. Este hecho es fácilmente constatable al observar el encuadre fotográfico preferido de los visitantes del lugar: cuando se fotografía la puerta de la fachada, se aprecia al fondo el Salto de San Pedro. Esto sucede porque la corriente de agua queda justo detrás de la cabecera, por estar el altar perfectamente alineado con el manantial. ¿A dónde dirigían sus rezos los sajambriegos cuando empezaron a acudir a la iglesia de San Pedro? ¿Al altar cristiano o a la cascada?
5º.- Nada de esto es simple casualidad, como no son producto del azar los muchos templos construidos en toda Europa junto a manantiales, fuentes y pozos naturales.
En el siglo VI, San Martín, obispo de Braga, combatía la idolatría de los campesinos del norte de la Península Ibérica en su epístola titulada De correctione rusticorum, en donde denunciaba el renacer de los cultos paganos y, entre ellos, la devoción de los labriegos por el “agua de lo profundo o a las fuentes de las aguas”, en donde levantaban altares “...a los demonios que fueron expulsados del cielo y residen en el mar, o en los ríos, o en las fuentes o en los bosques, a los cuales los hombres igualmente ignorantes... los honran como a Dios y les ofrecen sacrificios. En el mar, lo llaman Neptuno; en los ríos, Lamias; en las fuentes, Ninfas; en los bosques, Dianas. Todas estas cosas no son más que demonios malignos y espíritus malos que pervierten a los hombres infieles que no saben protegerse con el signo de la Cruz”.
La diatriba del bracarense se dirigía no a paganos, sino a cristianos que “después del bautismo vuelven al culto de los demonios y a las malas obras de los ídolos”. Este renacer de los cultos paganos es algo recurrente a lo largo de la Antigüedad Tardía y de la Alta Edad Media; en épocas de distanciamiento entre los laicos y el clero reaparecían las creencias atávicas; a finales del siglo VIII, Carlomagno tuvo que hacer frente al mismo problema; en otros casos, algunas ideas de antiguas y profundas raíces reaparecían en herejías, heterodoxias y disidencias.
Si la iglesia de San Pedro se construyó en la Baja Edad Media (en el XIV o XV), esto no quiere decir que los sajambriegos no estuvieran cristianizados, ni siquiera quiere decir que estuvieran superficialmente cristianizados. Afirmar tal cosa sería lo mismo que decir que, en la actualidad, no estamos cristianizados por seguir encendiendo hogueras la noche de San Juan y por seguir contando historias sobre el cuélebre o el nuberu. Los cultos ancestrales perduran como substrato cultural en las estructuras mentales colectivas durante cientos y miles de años. Lo que sí puede afirmarse es que dicho substrato debía ser mucho más potente en el siglo XIII, en el XIV o en el XV que en los tiempos actuales, porque si no la Iglesia no habría interpretado las prácticas de los campesinos como un peligro y no habría tenido necesidad de construir una iglesia al pie de la cascada.
Salto, río, manantial, “agua de lo profundo”, el altar cristiano sobre el altar pagano, asimilación al Cristianismo de un enclave plagado de connotaciones ancestrales, no tanto por la pervivencia pagana en la Edad Media, como sobre todo por la memoria deformada de una vieja tradición de cultos ya extinguidos que el tiempo se encargó de revestir con el disfraz de la superstición y el mito.
¡Ah, la Covadonga cercana!

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