sábado, 21 de junio de 2025

LA MEMORIA HISTÓRICA LEONESA MALTRATADA

El Oratorio de San Felipe Neri, en Cádiz, fue la sede de las Cortes que elaboraron la Constitución española de 1812. Por este motivo, esta iglesia es monumento histórico artístico desde 1907. 

Sus muros están plagados de placas conmemorativas de las distintas provincias españolas, incluidas las hispanoamericanas, en las que se recuerda a los representantes de cada una de ellas en las Cortes de Cádiz. Varias se colocaron en el aniversario de 1912, pero otras muchas se han ido poniendo después, tras la llegada de la democracia a España.

León no está. 

La provincia de León nunca ha querido poner una inscripción con el nombre del sajambriego D. Joaquín Díaz-Caneja y Sosa Martino y Tovar, que no solo fue diputado por León, sino también uno de los secretarios que firmó la primera constitución democrática de España.  Un hijo de Sajambre en la vanguardia del progresismo de la época. 

Esto es una vergüenza. 

Cuando busqué entre tantas placas la de León y comprobé su ausencia, pasé del estupor a la tristeza y a la indignación. Juro que se me cayeron las lágrimas. ¡¿Pero a qué se debe este olvido por parte de la provincia y Diputación de León?! ¿A mezquinas razones políticas? ¿Es que el PP ni siquiera quiere reconocer a sus hijos más ilustres en un hecho tan relevante para la Historia de España, fuera cual fuera la orientación política de dicha Constitución? 

¿O se debe, acaso, a simple dejadez? ¡¿Cómo es posible que nadie haya denunciado esto antes?! A mí me da una vergüenza enorme, gigantesca, ver allí placas conmemorativas de toda la geografía peninsular y americana, menos la de la provincia de León. Por supuesto, Asturias está desde 1912 y con una inscripción bien grande y visible. 

Pero ¡¿por qué falta León?!  

Esto es un maltrato a la memoria histórica leonesa por parte de la Diputación de León y del Ayuntamiento de Oseja de Sajambre en el pasado, ya que los ayuntamientos también podían poner placas o, en su caso, mover los hilos para cofinanciar la inscripción junto con otros ayuntamientos (por ejemplo, el de Vidanes) y las diputaciones provinciales.   


Oratorio de San Felipe Neri en Cádiz. Las nuevas inscripciones se extienden por los muros adyacentes, incluido el edificio donde hoy está el Centro de Interpretación. Fuente de la imagen: Wikipedia.

jueves, 19 de junio de 2025

COCINAS DE POBRES, COCINAS DE RICOS EN SAJAMBRE DURANTE LOS SIGLOS XVII Y XVIII (2): CONSUMO, CONFORT Y URBANIDAD EN UNA COMUNIDAD RURAL DE MONTAÑA

Ningún siglo es igual a otro. El continuismo rural es un mito producto del desconocimiento histórico. Solo hace falta pensar en cómo se vivía en Sajambre en la década de 1920 y cómo se vive ahora. Las diferencias son grandes para lo bueno y para lo malo, y así sucedió en todos los siglos. 

En el artículo anterior describí lo que dicen los documentos sobre las formas de vida de los sajambriegos en el siglo XVII, a través de los objetos domésticos y de consumo en las cocinas, que es el espacio habitado mejor descrito en los inventarios de bienes sajambriegos. El menaje resultó ser muy escaso en todas las viviendas y con una alta desigualdad entre los más ricos y todos los demás. No había categorías intermedias. Ese nivel básico generalizado no siempre fue sinónimo de pobreza, sino de ausencia total de elementos superfluos y suntuosos, o sea, de una inexistencia absoluta de objetos no necesarios, a los que nos tiene acostumbrados el consumismo moderno. Se vivía de una manera muy distinta a la actual, porque la mayoría de la gente no valoraba los objetos que no fueran imprescindibles para el trabajo o para la vida cotidiana. En las casas tenían lo que necesitaban y nada más. El valor se lo daban a las tierras, a los prados y a los animales. Por otra parte, tampoco hay que olvidar que el siglo XVII fue una época de crisis generalizada en toda España, por lo que las dificultades que pudieron tener los sajambriegos en esa época se agudizaron por la mala situación del reino. 

Pero pese a que el siglo XVII terminó con las secuelas de la gran crisis económica y el XVIII se inició con la Guerra de Sucesión (1701-1713), que diezmó demográficamente el valle y obligó a muchos sajambriegos a emigrar, pese a estas circunstancias adversas, se observa un paulatino cambio de mentalidad a partir de 1695 aproximadamente.  

Vimos cómo antes de esta fecha solo los ricos usaban manteles en las mesas para comer y solo ellos se servían de cubiertos para lo mismo. Los demás carecían de tales niveles de urbanidad y comían con las manos, con la escudilla de madera o ayudándose con el pan. Esta realidad seguirá existiendo y la escudilla para beber siguió usándose durante mucho tiempo. Tan extendida estaba esta costumbre, que los más pudientes las compraban de loza de Talavera, como el cura de Oseja y Soto en 1720, en cuyo documento se especifica el uso que se le daba: “una escodilla de Talavera con que se bebe” .  No hay vasos, ni copas en la vida cotidiana de la generalidad del valle. Solo en unas pocas viviendas que vuelven a concidir con los más acomodados: los clérigos y los Piñán de Cueto Luengo. No se utilizan en los hogares de la mayoría, salvo "la copa del concejo", de plata y con una función ritual y protocolaria, que aparece ocasionalmente guardada en casa de algún vecino. 

Sin embargo, a partir de 1695 se detecta una realidad cambiante, más parecida a lo que se lee en los documentos del siglo XVIII. Las innovaciones entran lentamente, ahora a través de los grupos medios de la sociedad rural formados por algunos que llegaron a alcanzar mejor situación, gracias a la práctica diversificada y combinada de las actividades agropecuarias y comerciales, estas últimas a través de la carretería y de la arriería. El cambio empieza a detectarse, incluso, en algún hogar más modesto. En cualquier caso, se sigue observando cómo otras modernidades penetran en el valle asimismo de mano de las élites locales. 

El porcentaje de uso de menaje variado en el siglo XVII, con algunas piezas más aparte de las estrictamente necesarias, era del 8’5%. Este mismo porcentaje en el siglo XVIII asciende al 27’6% de los casos. Con menaje variado no me refiero a un único caldero para el llar, sino a varios y de diferentes tamaños; cazos de distintos materiales, de hierro, de latón y de aleaciones como el peltre, con plomo y estaño; ollas metálicas y de barro; caballetes con mayor frecuencia para asar; herradas para transportar agua, así como más de una mesa o de un escaño. Cuando hay dos escaños en buen estado, uno suele colocarse cerca de la cama. 

También se documenta un número mayor de arcas porque hay más cosas que guardar, a veces entre tres y cinco, como las cinco que poseían los Díaz de la Caneja en su casa solariega de Oseja. En otras estancias de la vivienda aparecen también bancos de respaldo, escritorios y bufetes con cajones, ya no solo en casa de los Piñán de Cueto Luengo, donde había escribanos públicos, o de los Díaz de la Caneja, donde también había escribanos, sino, por ejemplo, en la casa de los Martino, de Soto. Son pequeñas diferencias que se extienden muy despacio, pero que hacen su aparición en el siglo XVIII. 

Al porcentaje anterior le sigue el 21’2% de hogares que ahora tienen manteles y servilletas en las mesas para comer, frente al mismo 8’5% del período anterior que, como vimos, se limitaba a la Casa Piñán y a los clérigos. 

Un 8’5% era también en el período anterior el porcentaje de casas con cualquier objeto de ostentación que podríamos calificar “de lujo”, o sea, jarras y platos de Talavera, salpimenteros o cubiertos de plata. Este mayor consumo aumenta de forma muy ligera a un 12’7% en el siglo XVIII, posiblemente porque hay información de más miembros del estamento clerical. No obstante, en 1709 se documenta un José Díaz, laico, que vivía en una casa con “cocina, sala, bodega y dos caballerizas”, sita en el barrio de Caldevilla, en Oseja, junto al palacio de los Piñán, que se hallaba bien abastecida y en la que existían dos escaños de nogal y de tejo y una cama de madera sin labrar. Este José Díaz poseía también “dos jarras de Talavera, la una ya quebrada” y acababa de construirse un hórreo junto a la casa y el huerto anexo. Pese a conservarse menor cantidad y diversidad de documentos que en el siglo precedente, son diferencias que se localizan con menor esfuerzo en el XVIII, lo que indica un tímido cambio en la manera de vivir y en la mentalidad de algunos hogares sajambriegos durante el 1700. 

En el siglo XVIII aparecen por primera vez en los inventarios de bienes de Sajambre los vasares y armarios en las cocinas para guardar los platos y las vasijas, pero las únicas casas en las que se incluye este mobiliario doméstico vuelven a ser las viviendas de los clérigos. Hasta el siglo XIX no se registran quixiellas o quijiellas para colar la ropa. 

Las cocinas de los sajambriegos siguieron estando impregnadas de humo en el siglo XVIII, lo que, en su lado práctico, servía para curar los productos de la matanza. El escaño continuaba alrededor del llar, con el gran caldero colgando de las llarias o clamiyeras de hierro y con algunas tayuelas para sentarse. En cambio, la cocina baja de la Casa Piñán responde al modelo de las casas señoriales. Seguía siendo la única de chimenea de todo el valle, con varias trébedes de distinto tamaño para colocar las ollas, con vasares, platos de madera y vajilla de loza, cubertería de plata, copas de vidrio, almireces de bronce o cacillos; con la matanza curándose en dependencias distintas a la cocina y con el horno para amasar fuera de dicho espacio, en una estancia independiente. Estas cocinas libres de humo no llegaron a las restantes casas sajambriegas hasta bien entrado el siglo XIX y, en algunos casos, hasta principios del XX. 

Entre los nuevos objetos que se encuentran ahora en las mesas más acomodadas, que – insisto – siguen siendo las de los clérigos y los Piñán de Cueto Luengo, se encuentran los potes de tabaco y las chocolateras, tan características del siglo XVIII. Habrá que esperar al año 1856 para encontrar una chocolatera en casa de Víctor Acevedo, vecino de Oseja. 

La otra cara de esta misma moneda es la pobreza, que seguía estando bastante extendida. Por ejemplo, en 1721 el bien más preciado del mobiliario y enseres domésticos que tenía Juan de Granda, vecino de Vierdes, era un escaño destartalado.

CONCLUSIONES 

La principal conclusión que se extrae de esta documentación es que la memoria que llegó al siglo XX como creencia de lo que fue la vida tradicional en Sajambre, en lo que respecta al contenido de las casas de morada, no es anterior al siglo XIX y, para muchos casos, más bien la segunda mitad de dicho siglo. 

Esta realidad es absolutamente paralela a lo que se ha estudiado en Asturias. Lo que se “cree o creyó recordar” como vida popular no sobrepasa el 1800 o 1850 y lo que se considera propio de las casas tradicionales no es anterior a esa misma época.  

domingo, 13 de abril de 2025

COCINAS DE POBRES, COCINAS DE RICOS EN SAJAMBRE DURANTE LOS SIGLOS XVII Y XVIII (1): CONSUMO, CONFORT Y URBANIDAD EN UNA COMUNIDAD RURAL DE MONTAÑA

En las tierras montañosas de toda la Cordillera Cántabrica y, con ellas, en la comarca geográfica (que no administrativa) de Picos de Europa, la cocina fue hasta hace muy poco el espacio principal de las casas.  La vida transcurría en ella. Allí se comía, se dormía, se charlaba, se preparaban los alimentos, se amasaba o, simplemente, se pasaba el tiempo al calor del llar. Muchas viviendas solo tenían una cocina y un cuarto para dormir, porque en siglos pasados no existieron algunos fenómenos modernos, como el consumismo o el confort.  Estaban acostumbrados a vivir con un traje para el invierno y otro para el verano, con los aperos y utensilios justos para desempeñar las tareas agrícolas, ganaderas y comerciales, y con el mobiliario doméstico más austero que facilitara algún lugar para sentarse, otro para dormir y otro para calentarse y cocinar. No hacía falta nada más para la existencia humana. La casa era, en esencia, poco más que un lugar que protegía de las inclemencias. 

No existía el concepto de decoración, ni conciencia o necesidad alguna de tener que adornar la vivienda. Solo se poseía lo que se necesitaba. 

No había intimidad porque, a menudo, los miembros de una familia dormían juntos y las casas carecían de la compartimentación del espacio a la que estamos acostumbrados en la actualidad. Además, el espacio se compartía con los animales, al quedar la cuadra en los bajos de las viviendas, muy cerca de los lugares de habitación humana. 

No existía el concepto de confort. 

No había WC ni cuartos de baño. Los excrementos humanos terminaban en la cuadra o en el corral y el aseo se hacía con una jofaina, si se hacía. La mayoría de los cuartos de baño de las casas de Sajambre empezaron a construirse en los años 70 y 80 del siglo XX. Esto no solo sucedió en el concejo de Sajambre, sino que fue tónica predominante en el medio rural español, y en algunos casos también urbano, hasta bien avanzado el siglo XX. 

Las casas carecieron de agua corriente hasta la Edad Contemporánea. A por agua se iba a las fuentes públicas con cántaros y herradas, salvo que existiera algún pozo en el corral. En los documentos sajambriegos de los siglos XVII y XVIII, solo se documenta un pozo en el corral de la casona que poseyó en Ribota el cura párroco, Toribio Díaz Prieto, a comienzos del siglo XVIII. Normalmente eran las mujeres las encargadas de ir a por agua a la fuente en los pueblos de España. Pero en las ciudades existía el oficio de aguador, que se encargaba de recoger agua, transportarla en burros y repartirla por calles y plazas. 

Las viviendas eran, en general, lugares insalubres y mal ventilados para combatir los rigores climatológicos. Los únicos vanos en las fachadas eran la puerta de entrada y algún ventanuco en la cocina o en el cuarto. Sin cristales, porque el vidrio no llegó a todos los bolsillos hasta su fabricación industrial en el siglo XIX. Solo los edificios nobles, como las iglesias, y algún palacio podían tener vidrios o vidrieras. Los demás tapaban las ventanas en invierno con pieles, cortinas, pergamino o se cerraban con contraventanas de madera. Por esto, el interior de las casas era también un espacio muy mal iluminado. La iluminación artificial era a base de velas, con palmatorias y candiles como mucho (candelabros en las casas ricas); hasta finales del siglo XVIII no existieron lámparas de gas en las ciudades; y la electricidad llegó a Sajambre en el siglo XX gracias al indiano, Félix de Martino. La multiplicidad de huecos o su tamaño en las fachadas de las viviendas fue indicativo de un nivel social más elevado o de un cierto enriquecimiento de sus dueños. En Sajambre, las ganancias de la arriería y de la carretería permitieron la construcción de algunas casas (pocas) con elementos nobles, como ventanas o puertas en arco de medio punto. 

Los interiores de las casas eran lugares insanos porque las cocinas eran de humo, con el llar como centro. Algunas llegaron al siglo XX. Al no haber chimenea, el humo impregnaba techos y paredes, ennegrecidos por ello. El humo se aprovechaba para curar los productos de la matanza. No se tenía ni idea de lo extremadamente dañino que es el humo y los ahumados para la salud humana.  Las cocinas de chimenea se utilizaron en la Edad Media. Los manuscritos medievales están plagados de miniaturas que las representan. Pero el mundo rural del norte cantábrico siguió prefiriendo las cocinas de humo durante toda la Edad Moderna. Fueron mayoritarias hasta el siglo XIX, no solo en Sajambre, y en muchos pueblos llegaron algunas hasta el siglo XX. 

No existía demasiada preocupación por la limpieza doméstica. No aparecen útiles para estos quehaceres en los inventarios de bienes y hasta el siglo XIX no se inventó la escoba. Hasta que no empezaron a abrirse comercios de proximidad en el siglo XX, los sajambriegos fabricaban escobas rústicas con ramas silvestres. Las migas y restos de comida por los suelos seguramente eran engullidos por las pitas y algún gato o perro. Cuando en los inventarios de bienes se procede a la descripción del estronco de casa, es decir, el contenido de las viviendas, aparecen siempre las gallinas dentro de las casas de morada. Nunca se habla de gallineros, normalmente se describen junto a los objetos que había en las cocinas. Por cierto, solo en 2 casos de 153 documentos consultados aparecen perros y gatos, en concreto, 1 gato y 1 mastín. Es decir, estos animales no poseyeron valor material para los sajambriegos de los siglos XVII y XVIII. Seguramente, el gato se valoraba solo como cazador de ratones y el mastín por su desempeño con el ganado. 

La higiene no tuvo ningún interés para aquellas sociedades porque no se conocía el fundamento biológico de la enfermedad. Las ciudades estaban algo más avanzadas en esto que el medio rual, pero hasta el siglo XVIII no se iniciaron las preocupaciones políticas por el higienismo. Fueron los ilustrados los que lo difundieron en España, aunque con razonamientos todavía alejados de las causas científicas de las patologías. Por ejemplo, se achacaba a los malos olores la razón de muchos contagios. Este fue el principal motivo que llevó a Carlos III a obligar a construir los cementerios fuera del casco urbano de ciudades y pueblos, porque la costumbre de enterrar a los muertos bajo el suelo de las iglesias hacía la estancia en ellas a menudo insoportable. Las disposiciones carolinas se cumplieron de forma irregular en el medio rural. Oseja es una de las poblaciones cuyo cementerio está todavía dentro de la población y, además, en el mismo centro urbano. 

Como se sabe, la primera vacuna (viruela) no existió hasta finales del siglo XVIII y los microorganismos causantes de enfermedades infecciosas no se descubrieron hasta el XIX. A principios del XX todavía había médicos en España que no creían en los microbios, lo que hoy son los virus y bacterias, y escribieron libros negando su existencia. Es decir, en el Sajambre de los siglos XVII y XVIII no se sabía por qué se producían los andancios, de ahí que no se preocuparan demasiado por el hacinamiento, por la higiene, ni tomaran precaución alguna en el contacto continuo con los animales. 

Otra cosa distinta son los objetos de distinción social que poseyeron las clases altas, que les proporcionaban comodidad y refinamiento. En la Edad Media, un noble no solo pertenecía a los grupos privilegiados de la sociedad, sino que también tenía que parecerlo. Es decir, debía vestirse y vivir acorde con su estatus. Eso era lo que se entendía como “decencia” y ese es el origen de la expresión “nobleza obliga”. Esta mentalidad tuvo continuidad en la sociedad estamental del Antiguo Régimen. De manera que, en las casas de los más acomodados de Sajambre, encontraremos objetos de ostentación y, con ellos, un incipiente consumo de lo que, en aquel ambiente, se entendió como objetos de lujo. Pero, aunque el 80% de la sociedad sajambriega perteneciera a la baja nobleza (la hidalguía) y no existiera en la tierra nobleza titulada, ni el lujo, ni el confort afectó a todos. Al contrario, la mayoría fueron pobres o muy pobres, tanto que, a pesar de ser hidalgos, trabajaban con sus manos para sobrevivir. Como ya manifesté en otros artículos, al hilo de otros temas, en el siglo XVII solo destacaron los Piñán y los curas. Es a partir de 1696 cuando empieza a observarse una pequeña diversificación en los objetos de uso cotidiano de algunas casas, con un incipiente interés por novedades, por piezas suntuarias o por ciertos utensilios y mobiliario que demuestran un cambio de mentalidad. 

Por último, el menaje de cocina informa también sobre las convenciones de urbanidad en la mesa, o la ausencia de ellas. Veremos cómo en esto también existió una importante diferenciación entre las casas de los ricos y las casas de los pobres. Por ejemplo, durante todo el siglo XVII los únicos cubiertos que aparecen en la mayoría de los inventarios son la cuchara de hierro, que era el cucharón que se usaba en el caldero, y la esplena para las sartenes. La sopa se bebía directamente de la escudilla y el resto se comía con las manos, ayudándose de alguna rebanada de pan. La mayoría de los sajambriegos no tenía mesas en las cocinas, a veces solo un escaño y casi nunca manteles. Las servilletas eran un lujo que solo poseían los ricos. Tampoco se documentan vasos, ni tazas, ni jarras en la mayor parte de los hogares del siglo XVII. Se bebía con la escudilla o, en su caso, con la bota de vino. 

Un problema importante de estas fuentes documentales es la inexistencia de objetos domésticos relacionados con la cocina en muchos inventarios masculinos. Esto se debe a que muchos utensilios fueron bienes privativos que la mujer aportaba al matrimonio en su ajuar y cuya propiedad conservaba hasta su muerte. Ese ajuar es el “carro de trastes” o “carro de ajuares” que se menciona en algunos documentos.  Así, en el ajuar que recibió la hermana de Gonzalo Piñán de Cueto Luengo cuando se casó con Juan Díez en 1653 se hallaba lo siguiente: dos pares de manteles, una caldera de cobre, una cuchar, una esplena, un asador, dos hoces de pan, una cuchilla para la masera, un cazo de cobre, un cedazo, una peñera y un maniego con dos docenas de platos y escudillas de madera, además de ropa de cama, vestidos de su cuerpo, una azada y 50 ducados de arras. Esta información procede de un memorial anexo porque lo habitual, en las cartas de dote, es que solo se incluyan las cantidades monetarias, tierras, prados y ganados y se aluda genéricamente al “carro de ajuares”, pero sin enumerar su contenido. 

El mobiliario y los complementos domésticos de los hogares sajambriegos del 1600 y del 1700 aparecen retratados en los documentos de la época con los siguientes términos: trastes, ajuares, bastigas, alhajas y, en general, estronco de casa. En el período más antiguo, que aquí comprende los años 1600 a 1695, solo encontramos dos tipos de casas: pobres y ricas, sin situaciones intermedias. Eso sí, dentro de la pobreza, había individuos mejor y peor abastecidos. El siglo XVIII fue distinto, en él se encuentra una mayor variedad de situaciones. 

Por último, he de decir que he utilizado un total de 153 documentos conservados, compuestos por inventarios post mortem (la mayoría) y algunos de otro tipo, en los que se enumeran mobiliario y utensilios de cocina. De esos 153 documentos, solo encontré información útil en 89 (42 del siglo XVII y 47 del XVIII). Vamos a centrarnos primero en el siglo XVII para apreciar, después, los cambios que se observan en el XVIII.  Tales cambios se empiezan a detectar en Sajambre a mediados de la última década del 1600, por lo que he establecido la frontera cronológica en el año 1695. 


SIGLO XVII (1600-1695). COCINAS Y MESAS DE LA GENERALIDAD DE LA POBLACIÓN DEL VALLE


Todas las cocinas de Sajambre fueron de humo en el 1600, excepto la única de chimenea que tuvo el palacio Piñán. La mayoría se componían del llar y sobre él un caldero que, en esta época, era de hierro. Incluso en las casas de los ricos, donde también había calderos de cobre, no falta el grande de hierro. Este caldero, en el que se cocinaba, colgaba de las cadenas del llar. Por eso, tales cadenas aparecen justo antes o justo después de los calderos de hierro en los inventarios sajambriegos. En algunas viviendas había calderos más pequeños u ollas que se colocaban sobre la trébede para cocinar. 

Las cadenas de hierro para el caldero aparecen en esta época con las siguientes denominaciones: pregancias (1600), clamiyeras (1652), “unas clamiyeras de yerro con sus garfios y travesías” (1677) y llarias (1662, 1669, 1677), incluso se registran “unas medias llarias” (1699). 

En la cocina tradicional solía haber un banco de madera corrido en forma de U, a menudo pegado a la pared, con o sin brazos, que, a veces, tenía una mesa abatible. Es lo que hoy se conoce como escaño. No obstante, en el pasado un escaño también fue un banco de madera corrido sin mesa, o un banco de madera con brazos para dos o más personas con o sin respaldo y con o sin mesa, o un simple banco para sentarse en la cocina. La primera vez que se documenta un escaño en Sajambre es en 1675, sin especificar de qué tipo, en casa de Juan de la Puente, de Ribota. Estaba en su cocina porque se incluye entre otros artilugios domésticos propios de dicha estancia. En 1677 se registra “una mesa vieja y un escaño desarmado” en casa de Victorio Alonso, de Oseja. 

No hay más mobiliario en las cocinas del siglo XVII, aunque en ellas, o en algunas de ellas, debía haber alguna mesa, como la que estaba desarmada en la vivienda de Victorio Alonso, pero no se especifica su función. No aparecen maseras en el siglo XVII en las casas pobres, tampoco vasares o armarios de ningún tipo. Por su parte, se entendía que el horno formaba parte de la arquitectura de la cocina. Solo se menciona cuando se encontraba fuera de dicho espacio.   

Entre los recipientes para almacenar, transportar u otros útiles que aparecen en las cocinas se encuentran: calderos pequeños, “una olla de traer agua” que tenía en 1675 María Martín, vecina de Oseja y viuda de Juan de Acevedo; alguna herrada (1661) para lo mismo y cántaras para agua o vino; pellejos y botas de vino; artesas para echar manteca (1675), peñeras y cedazos para cribar la harina, pesas y toda suerte de cestería.  

Dejo para el final el menaje de cocina y la cubertería.  Son escasas las “ollas gitanas”, es decir, metálicas y más frecuentes las sartenes (era masculino en Sajambre: el sartén) y los cazos. El sartén era siempre de hierro y los cazos podían ser de hierro o de cobre. No se registran trébedes, pero tenía que haberlas para poder colocar las sartenes y ollas sobre la lumbre o sobre las brasas. Tradicionalmente, una trébede era un armazón de hierro con tres pies que servía de soporte a cazuelas y sartenes. Con el tiempo y por extensión, la encimera de las cocinas modernas se llamó (y se llama) “trébede” en Sajambre. 

Abundan también les cuchares, con el plural siempre en asturiano. El singular es “la cuchar” y el plural, “cuchares” o “cuyares”. La cuchar siempre era de hierro y se relaciona con el caldero. En la mayoría de las casas solo había una cuchar, por lo que claramente se usaba en el caldero. No aparecen otras cucharas que estas, ni siquiera de madera. Este hecho indica que no usaban la cuchara para ingerir alimentos. Teniendo en cuenta que todos eran artesanos de la madera y que fabricar cucharas para comer no debía resultarles demasiado oneroso, esta total ausencia indica una falta de costumbre. Para lo que hoy hacemos con las cucharas, se servían ellos de las escudillas o del pan. 

Hay también esplenas y algo que no faltaba en ninguna casa: platos y escudillas de madera. Su número variaba según los casos. Veamos. 

Lo más frecuente era que la gente tuviera una docena de platos y escudillas. Es lo que más se repite en los inventarios. Siempre de madera, así se especificaba, y si se daba el caso de que fueran de otro material, el notario dejaba constancia porque su valor era más elevado. En el siglo XVII nos encontramos con algunos que superaban la media: como los Piñán (lo veremos enseguida), o como la docena y media de platos y escudillas de Juan González (Soto, 1659) o 14 escudillas y 4 platos (Catalina Díez, Ribota, 1665) y otros que se quedaban por debajo, como “media docena de platos y escudillas” (Inés Amigo, viuda, Pío, 1667; y Victorio Alonso y su mujer, Oseja, 1677); 4 platos y 4 escudillas (María Martín, viuda, Oseja, 1675); 7 escudillas y 1 plato (María Redondo, soltera, Pío, 1677) o solo 3 escudillas (María de la Puente, viuda, Pío, 1675). 

En dos casos de 1659 y 1675 aparece un “asador”, es decir, una barra puntiaguda de hierro que servía para remover la lumbre y que se usaba también en el tallado de la madera. 

Nadie comía sobre manteles en la mayor parte de las casas sajambriegas antes de 1696. No usaban servilletas. No conocían el tenedor. No aparecen los cuchillos, aunque debían tener instrumentos cortantes para trabajar la madera y trocear los alimentos, aparte de puñales, que debían ser “multiuso” como armas defensivas u ofensivas, para el trabajo en general, para la matanza y para otras circunstancias. En el siglo XVII, ese instrumento ya pudo ser una navaja, porque los cuchillos abatibles se habían inventado precisamente en España a finales del siglo XVI. Al menos, uno de los hijos del primer Tomás Díaz de la Caneja, llamado Pedro, tenía una navaja en 1670, con la que asesinó a su primo, Toribio Díaz, a causa de una disputa por una partida de naipes el día de Nochevieja.  

La conclusión es que la mayor parte de los sajambriegos del siglo XVII comía con las manos en los escaños o bancos de las cocinas, sin mantel, ni refinamiento de ningún tipo, sin comodidad y sin higiene. 


SIGLO XVII (1600-1695). COCINAS Y MESAS DE LOS RICOS 

Para documentar este período entre la clase alta de la sociedad sajambriega solo hay documentos relativos a los Piñán de Cueto Luengo, que son suficientemente expresivos. Debe pensarse que el arcediano, Pedro Díaz, no vivía en Sajambre y que, cuando su madre estaba en Oseja, se hospedaba en casa de los Piñán o, es de suponer, que con alguna de sus hijas. Los principales documentos de la línea principal de los Piñán son el inventario de bienes de Marcos Piñán, el de su hermano, el cura de Oseja y Soto y comisario de la Inquisición, Domingo Piñán, en su casa palacio de Oseja, el ajuar de una de sus sobrinas y una serie de testimonios resultantes de la actividad notarial o judicial con información útil. 

Antes de 1636 se ponían manteles para comer en la residencia que Marcos Piñán tenía en El Casar, de Soto, una “morada con cocina, bodega de amasar y cuatro aposentos dormitorios”. Estos cuatro aposentos marcan una diferencia importante con las casas de todos sus vecinos en la primera mitad del siglo XVII, en las que solo había un aposento y, a menudo, ni siquiera eso. Marcos Piñán tenía una buena posición económica, con numerosas propiedades en Soto, algunas recibidas por herencia de su padre, el escribano Gonzalo Piñán, quien casó con una Juana González de Coco, que se llamaba igual que la fundadora de la capellanía de la Virgen del Pópulo quien, a su vez, vivió y murió en Madrid, pero que estuvo emparentada con su homónima sin ninguna duda (quizás fueron tía y sobrina), porque dejó al cura Domingo Piñán, hijo de la primera y al que la segunda llamaba su “sobrino”, como primer beneficiario de dicha capellanía. Aparte de las propiedades y rentas heredadas, Marcos Piñán debió haber hecho algo de fortuna vendiendo vino en Asturias. 

En su inventario post mortem del 31 de julio de 1636 figuran “tres mesas de manteles”, aunque en su casa hubiera una cocina tradicional con su llar y su caldero.  Para esa fecha de 1636, su hermano, el clérigo e inquisidor, ya había terminado de construir un palacio rural en Oseja, que fue el único edificio del valle que tuvo una cocina de chimenea en su planta baja. En el piso alto hubo una segunda cocina de humo a uso de la tierra. “Con su cozina alta y vaja”, siguieron repitiendo los documentos familiares durante todo el siglo XVII. 

El comisario Piñán no tuvo nada que se nombrara como ‘escaños’, pero sí “tres bancos de respaldar”, tres taburetes y dos sillas, todo de madera de nogal (1652). Tuvo también, al menos, dos mesas que se cubrían con “manteles alemaniscos, unos pequeños y otros grandes, con quatro serbilletas de la misma tela y otra serbilla (sic) en una pieça, que es decorada a los manteles grandes alemaniscos, de largo todo hermano. Más unos manteles ordinarios de lienço, de cada día, con media doçena de paños del mesmo lienço. Más otros dos paños de manos labrados de ilo leonado y negro, de manos”. Es decir, Domingo Piñán, sus sucesivas barraganas y sus hijos, no comían en la cocina, sino en una dependencia aparte donde había una mesa que a diario se vestía con manteles de lienzo y servilletas del mismo género. Para ocasiones especiales tenía servilletas y manteles bordados de tejidos más nobles y de importación, calificados de “alemaniscos” por su procedencia germana, aunque seguramente se adquirían en los mercados de paños de Segovia o en alguna feria bien abastecida, como la de Medina del Campo. 

La cubertería que poseía el palacio Piñán cuando murió su primer dueño se componía de “doce cuchares de plata y dos tenedores, doce cuchillos en dos caxas”. Los tenedores eran una absoluta novedad en Sajambre y aquí sí vemos cuchillos (no la vulgar navaja que usaba el pueblo llano), de plata y con una clara función en el servicio de mesa. 

La vajilla se componía de las siguientes piezas: “Tres taças de plata y una jarra de plata…. Más un salero de plata y dos de Talabera... Más dos açeiteras de estaño… Más tres doçenas de platos y escudillas de Talabera. Más un pipotillo de echar binagre… Más quatro doçenas de escudillas y platos de madera, ordinario de casa...”. O sea, para uso diario se comía en platos y escudillas de madera, como el resto de los sajambriegos, solo que el comisario tenía cuatro docenas. Para ocasiones más solemnes, sacaba la vajilla buena, que era de loza de Talavera (tres docenas). Todo se acompañaba con complementos de plata y cerámica (jarras, tazas, saleros, aceiteros, etc). 

En las cocinas tenía el siguiente instrumental: “Cinco jarros y pichetes de estaño, de una açunbre y media y de puchera… Más una olla de estaño oro pelada que haçe una puchera… Más dos almireçes con sus manos... Más tres ollas de metal i hierro que llaman jitanas. Más quatro calderos y una caldera de cobre, y los calderos de hierro. Más dos caços de cobre y una tarta y una caçuela todo de cobre... Más nuebe queros de traer bino que llaman pellexos… Más tres badillos y dos caballetes de asar carne y dos tiellas y un sartén y dos cuyares de fierro... Más tres herradas de traer agua... Más dos pares de clamiyeras de casa. Más dos xarros de açunbre de madera”. En el ajuar de 1653 aparece “una masera”, que veremos proliferar en las casas del valle durante el siglo XVIII. En concreto, “una cuchilla para la masera”. Por cierto, en la casa Piñán, aparte de las cocinas, había “un aposento donde se amasa el pan para dicha casa”, o sea, el horno estaba en un espacio independiente de las cocinas.

En los inventarios de los Piñán de esta época no se especifica el material de los almireces o morteros, quizás por eso no eran de bronce. La olla de estaño dorada quizás fuera un objeto de ostentación para servir los guisos en la mesa. Los badillos tenían una función similar a los asadores, la de remover las ascuas en el horno. 

                                                                                   * 

En resumen, los Piñán de Cueto Luengo no solo tenían en el siglo XVII la casa de mayores dimensiones de todo el concejo, considerada palacio en la Real Chancillería de Valladolid, y una capilla señorial de bóveda enfrente de la casona, sino que el interior era acorde con el estatus de sus dueños, hidalgos notorios de solar conocido. Pero otros muchos sajambriegos que también fueron hidalgos notorios por nacimiento nunca llegaron a igualar en fortuna a los Piñán, porque estos últimos fueron enriqueciéndose de distintas maneras a lo largo de varias generaciones, destacando ya en el siglo XVI cuando vivían en Soto.  Lo cierto es que, en el XVII, estaban a años luz del resto de los sajambriegos. Ahora bien, esto es válido para el pequeño marco de la sociedad rural sajambriega de aquella época y, si acaso, para alguno de los concejos circundantes con perfiles socioeconómicos parecidos, porque la fortuna de los Piñán habría sido irrisoria para los más ricos de ciudades como Oviedo o León y no digamos en la corte de Madrid. Por tanto, todo ha de relativizarse y entenderse en su contexto.

Al mismo tiempo, cuando cualquiera entraba en la casa del comisario del Santo Oficio, Domingo Piñán, contemplaba una sucesión de objetos de ostentación en cada estancia, porque no solo poseyó lo que aquí se ha descrito, sino también cortinajes, cuadros con óleos en las paredes, candelabros, espejos, bargueños, escritorios o una nutrida biblioteca. Y la cuestión es que sus paisanos frecuentaban el palacio, bien porque trabajaban como sirvientes, o porque trataban allí asuntos de iglesia o de negocios (más de medio concejo de Sajambre tenía ganado en aparcería con Domingo Piñán), o porque acudían a pagar las rentas (más de medio pueblo de Soto vivía en casas alquiladas a Domingo Piñán, tantos otros de todos los pueblos llevaban prados suyos y muchos tenían prestámos hipotecarios con él), o porque iban de visita, pues el cura se molestaba si cuando nacían sus hijos, no acudían sus feligreses a su casa para darle la enhorabuena. Que un cura post tridentino tuviera hijos era un escándalo al estar penado en los cánones del concilio. Pero Domingo Piñán tuvo varios hijos. Porque podía. Y nunca le pasó nada, a pesar de haber sido denunciado. También se construyó un palacio al llegar a Oseja en 1621. Porque podía. Y una capilla funeraria cuya advocación era la de su nombre: Santo Domingo. Porque podía y la había pagado él y así perduraría su recuerdo por los siglos de los siglos.  Todavía existe en la actual iglesia de Oseja la capilla de Santo Domingo. Empezamos a entender cómo los objetos de lujo relacionados con el refinamiento y el confort que disfrutó Domingo Piñán, frente a la modesta forma de vida de los restantes sajambriegos (incluidos los otros hidalgos notorios), adquiría un significado simbólico (de prestigio y poder) en las mentes de sus convecinos. 

viernes, 11 de octubre de 2024

SAJAMBRE EN EL CENSO DEL CONDE DE ARANDA (1768-1769)

 

De los censos que se hicieron en el siglo XVIII destinados a conocer la población española real, el del Conde de Aranda se llevó a cabo entre los años 1768 y 1769 (1). Al año 1769 corresponde la información relativa al concejo de Sajambre, que enviaron al rey los dos párrocos del valle, porque el censo se realizó por obispados y parroquias. 


Cada clérigo tuvo que responder a un mismo cuestionario en el que debía constar el número de párvulos hasta 7 años, de 7 a 16, de 16 a 25, de 25 a 40, de 40 a 50 y mayores de 50, divididos por sexo y por estado civil. Aparte se debía indicar el número de exentos de impuestos, es decir, los hidalgos, los que estuvieran en la milicia y los que trabajaran para la Real Hacienda, Cruzada e Inquisición, así como el número de clérigos y de sirvientes de la Iglesia. 


De Sajambre aparecen datos de las parroquias de Santa María de la Asunción y Santa María del Pópulo, su anexo, que correspondían a los “lugares de Oseja y Soto de Sajambre”; y la de San Juan Bautista y Santa Marina, su anexo, que correspondían a los “lugares de Rivota, Vierdes y Pió”. Las dos parroquias aparecen adscritas al arciprestazgo de Valdeburón, al corregimiento de la Merindad de Valdeburón y al concejo de Sajambre, en el obispado y provincia de León.  


Obsérvese que la iglesia de Soto ha adoptado como advocación la de la capellanía fundada por doña Juana González de Coco y que todavía depende de la de Oseja que, a su vez, ya se identifica como Santa María de la Asunción. En el asiento de la parroquia de Oseja se añadió una nota advirtiendo que, desde hacía tiempo, había dos varones fuera del concejo sin que se conociera su paradero. Los dos estaban casados.  

 

PARROQUIA DE SANTA MARÍA DE LA ASUNCIÓN (OSEJA) Y SU ANEXO, SANTA MARÍA DEL PÓPULO (SOTO)


386 almas censadas, con un total de 193 varones y 193 hembras, más el único cura de la parroquia. De estos 386 individuos son hidalgos 372, uno de los porcentajes de hidalguía (96’3%) más elevados de Valdeburón. No se registra nadie más exento. 


SOLTEROS

135 varones y 133 hembras.  

Varones: hasta 7 años (32), de 7 a 16 (45), de 16 a 25 (39), de 25 a 40 (10), de 40 a 50 (5), más de 50 (4). 

Hembras: hasta 7 años (30), de 7 a 16 (47), de 16 a 25 (22), de 25 a 40 (12), de 40 a 50 (12), más de 50 (10).


 CASADOS

58 varones y 60 hembras.  

Varones: de 16 a 25 (0), de 25 a 40 (31), de 40 a 50 (23), más de 50 (4).

Hembras: de 16 a 25 (3), de 25 a 40 (30), de 40 a 50 (27), más de 50 (0).   


Comentario: Como se observa, entre los solteros hay una mayor mortalidad en la franja de 25 a 40 años, mientras que entre los casados la mortalidad se retrasa al tramo de más de 50 años, con un paso dramático de 23 casados a 4. Las mujeres solteras son más longevas que las casadas, seguramente por los riesgos de los partos. Los 4 hombres de más de 50 años y la ausencia de mujeres de dicha edad confirma la ancianidad que poseían los sexagenarios en aquella época, a la que alude a menudo la documentación notarial.  

 

PARROQUIA DE SAN JUAN BAUTISTA (RIBOTA) Y SU ANEXO, SANTA MARINA (VIERDES Y PÍO)


285 almas censadas, con un total de 139 varones y 146 hembras, más el único cura de la parroquia. De estos 285 individuos son hidalgos 181 (63’5%) y hay 1 en el Real Servicio.  


SOLTEROS

93 varones y 100 hembras.  

Varones: hasta 7 años (24), de 7 a 16 (34), de 16 a 25 (20), de 25 a 40 (10), de 40 a 50 (8), más de 50 (4). 

Hembras: hasta 7 años (23), de 7 a 16 (36), de 16 a 25 (18), de 25 a 40 (10), de 40 a 50 (5), más de 50 (8).  


CASADOS

46 varones y 46 hembras.  

Varones: de 16 a 25 (3), de 25 a 40 (21), de 40 a 50 (17), más de 50 (5).

Hembras: de 16 a 25 (3), de 25 a 40 (21), de 40 a 50 (17), más de 50 (5).   


Comentario: En el Tercio de Allende el Agua, las mujeres parecen algo más longevas que en Oseja y en Soto. No mucho, porque al llegar a la cincuentena se produce una reducción drástica de mujeres casadas (de 17 a 5), pero al menos 5 sobrepasaron los 50 años. La población femenina se iguala a la masculina en índices de mortalidad y ambas se casan en la misma franja de edad, a partir de los 25 años, lo que parece tarde para la época. La progresión de la mortalidad entre sexos parece más equilibrada que en Oseja y Soto.   

 

PROCENTAJES DE HIDALGUÍA EN LAS LOCALIDADES DE VALDEBURÓN, TIERRA DE LA REINA Y RIAÑO SEGÚN EL CENSO DE ARANDA


 

Huelde 124 de 124 – 100% 

Salamón 129 de 129 – 100%

Villafrea de la Reina 206 de 206 – 100%

 

 

Pedrosa del Rey 244 de 247 – 98’7%

Liegos 177 de 180 – 98’3%

Oseja y Soto de Sajambre 372 de 386 – 96’3%

Carande 268 de 285 – 94%


 

Polvoredo 160 de 201 – 79’6%


 

Ribota, Vierdes y Pío de Sajambre 181 de 285 – 63’5%


 

Boca de Huérgano 123 de 233 – 52’7%


 

Los Llanos (Santa Eulalia de Valdeón)  171 de 344 – 49’7%

San Pedro (Soto de Valdeón) 130 de 282 – 46%

Riaño 254 de 587 – 43’2%

Acebedo 148 de 351 – 42’1%

 

 

Anciles 59 de 149 – 39’5%

Burón 152 de 403 – 37’7%

Maraña 131 de 385 – 34%

Caín (Santo Tomás) 25 de 74 – 33’7%

 

 

Santa Marina de Valdeón 51 de 172 – 29’6%

Cuénabres 40 de 162 – 24’6%

Vegacerneja 59 de 276 – 21’3%

 

 

Espejos de la Reina 17 de 88 – 19’3%

Lario 49 de 288 – 17%

La Uña 41 de 249 – 16’4%

Éscaro 200 de 364 – 10’9%

Siero de la Reina 26 de 182 – 14’2%

 

 

Besande 14 de 216 – 6’4%

Casasuertes 3 de 116 – 2’5%

Barniedo de la Reina 20 de 242 – 0’8%

 

 

Llánaves de la Reina 0 de 109 – 0%


 

El porcentaje de hidalgos en España en 1768 era del 7'7% (722.794) sobre una población total de 9.309.804 (2); era lo que quedaba del 10% de nobles que existían a finales del siglo XVI. Según el Censo de Floridablanca, publicado en 1787, en lo que aparece como provincia de León, la hidalguía suponía el 8'8% (22.016) del total de la población censada (250.134 almas). En la vecina Asturias, la hidalguía total suponía un 32'8% (114.174) sobre una población censada de 347.776 almas. 


El norte de León, y en él Sajambre, se aproxima más al modelo asturiano que a lo que sucede en el resto del territorio leonés y los niveles de hidalguía que llegan al siglo XVIII aumentan según nos dirigimos hacia la Cordillera. A modo de ejemplo, en una localidad de la montaña central leonesa, como Canseco, son hidalgos el 100% de sus habitantes. Aunque con fluctuaciones, estos porcentajes disminuyen según nos orientamos hacia el sur. Esto es un fenómeno conocido y muy estudiado. Incluso en la propia época, la defensa de un origen "montañés" se utilizaba como argumento de peso en las pretensiones de hidalguías (3). Sin embargo, también es verdad que existieron muchos engaños y que en el siglo XVII se ennoblecieron muchos de manera fraudulenta, como ya mostraba el propio Domínguez Ortiz. En este mismo blog presentamos el caso de los Acevedo, de Oseja, que pasaron de pecheros a hidalgos por voluntad de sus valedores enriquecidos, y algunos documentos bajomedievales parecen transmitir la idea de que, entonces, el estado noble no estaba tan extendido como en los siglos XVII y XVIII.  La verdad es que no resulta nada fácil dilucidar el origen de estas desigualdades.   

 

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NOTAS

(1) Instituto Nacional de Estadística, Censo del Conde de Aranda, T. V, ns. 402 y 491.  

(2) F. Menéndez Pidal de Navascués, La nobleza en España: ideas, estructuras, historia, Madrid: BOE - RAH, 2008, p. 324.

(3) J. Pérez León, "El fraude en la hidalguía: intrusiones en el estado de hijosdalgo durante el siglo XVIII", Estudios Humanísticos. Historia, 9 (2010), p. 125.