sábado, 7 de diciembre de 2013

LA ADMINISTRACIÓN Y EL PODER (2): LA MÁS ANTIGUA ESCRIBANÍA PÚBLICA DEL NÚMERO DEL CONCEJO DE SAJAMBRE



La gran mayoría de los habitantes de Sajambre pertenecieron al estado noble. En esto existió una gran diferencia con Valdeburón. Grosso modo y sin que sean cifras exactas, puede decirse que la proporción en Burón era de un 30/40% de nobles frente a un 60/70% de pecheros. En cambio, en Sajambre las cantidades se invierten y la proporción fue de un 80% de nobles y de un 20% de pecheros. 

Sin embargo, pese a esta mayor igualdad en el estado, unas familias nobles destacaron más que otras en riqueza y en poder.   

¿Por qué?   

En este 80% de sajambriegos nobles, no existía nadie perteneciente a la nobleza titulada, sino al escalafón más bajo de dicho estado, el de los hidalgos.

Además, la pobreza de la tierra, no apta para la agricultura, impedía la formación de grandes rentistas y la práctica de la ganadería nunca se caracterizó por la existencia de rebaños numerosos en manos de unos pocos. Tampoco los sajambriegos se dedicaron a un comercio al por mayor que les facilitara la acumulación de excedentes.

Entonces... ¿cómo consiguieron ciertas familias la relevancia económica y política que llegaron a adquirir? 

Un medio fue la Iglesia, otro la Administración.

Entonces, como ahora y más que ahora, se podían conseguir riquezas, influencia y poder trabajando en los organismos de gobierno. Pero el desempeño de un oficio público ni era fácil, ni estaba al alcance de cualquiera.

Desde la Edad Media, una de las salidas que tuvieron muchos hidalgos empobrecidos del reino de Castilla fue la de convertirse en escribanos. En una sociedad, como la sajambriega, con una mayoría de hidalgos empobrecidos, todos labradores y ganaderos, el hecho de ser escribano público reportaba unos ingresos asegurados, en metálico o en especie, porque si los campesinos no tenían liquidez para pagar al notario, le entregaban tierras, prados o ganado para saldar las deudas.   

De una u otra manera, el oficio de escribano permitía aumentar el patrimonio. Cada vez que alguien se convertía en escribano, inmediatamente empezaba a adquirir propiedades por todo el concejo. Y además, como vimos en la entrada anterior, el notario público podía ser escribano judicial y escribano de ayuntamiento, lo que servía para adquirir poder e influencia, tanto para progresar en la vida local, como para intentar superar los límites del valle.

Terminábamos el post anterior diciendo que entre el 4 de mayo de 1598 y el 8 de diciembre de 1600 se abre en Sajambre la primera escribanía pública del número (1).

A partir de este momento, los escribanos generales o del rey que existieron en el siglo XVI dejan de poder actuar en el Concejo. 

3. Siglo XVII (1ª parte)


Se llamaban “del número” porque en la ciudad, villa o Concejo existía un número fijo de notarías (numerus clausus) según la cantidad de habitantes. Este número fijo se establecía por privilegio real y no podía rebasarse.

La dotación de las escribanías públicas del número correspondía a la autoridad de cada lugar según se tratase de una jurisdicción realenga o señorial. Si era de realengo (como Sajambre), los notarios eran nombrados por el rey. Y si era solariego, de obispalía, abadengo o de Órdenes Militares, la facultad dependía del señor, obispo, abad o maestre que gobernara el lugar.  

En este post hablaremos de la primera escribanía pública, de quiénes fueron sus titulares y de su actuación.

La primera escribanía pública del número del concejo de sajambre 


La notaría más antigua adscrita a Sajambre no se instaló  en Oseja ni en Soto, sino en Ribota. Y allí permaneció durante más de 50 años.

Hoy estamos habituados a que la capital del Concejo sea la sede institucional. Pero en el pasado no siempre fue así. Además, el municipio de Sajambre se formó por la federación de varias vecindades que se unieron en régimen de igualdad.  Falta por estudiar por qué y cómo se convirtió Oseja en la cabeza del ayuntamiento.   

Dijimos en el primer post que la ley obligaba a los notarios públicos del número a ser vecinos de la demarcación a la que estaban adscritos. En este caso, la demarcación era el Concejo de Sajambre. Por tanto, el notario podía vivir en cualquier lugar de dicho municipio. Y como el escribano era natural de Ribota y tenía casa en Ribota, allí estableció su oficina: en la vivienda familiar que se localizaba cerca de la iglesia de San Juan Bautista.

Además, la ley obligaba  al notario a desplazarse a los lugares en los que vivieran sus clientes o se requirieran sus servicios, por lo que a los vecinos les daba igual dónde residiera el escribano. Por sus características territoriales y administrativas, todos los escribanos públicos del concejo de Sajambre se verán obligados a moverse entre los cinco pueblos, vivieran donde vivieran.  

El primer notario público del número del Concejo de Sajambre fue Sancho Díaz de Ribota, quien desempeñó el oficio entre poco antes de 1600 y algo después de 1640. Suscribía sus documentos de la siguiente manera:  E yo, Sancho Díaz, escribano público del número del concejo de Sajambre por el rey nuestro señor y vezino del lugar de Ribota”. Trabajó en todos los ámbitos posibles: el notarial, el judicial y el municipal, sacando rentabilidad económica de cada uno de ellos.

Al final de su vida, entabló pleito con el escribano público del concejo de Cangas de Onís, Gonzalo de Teleña, quien tras introducirse en el concejo de Amieva como regidor, intentaba extender su influencia hacia Sajambre colocando a uno de sus hijos como notario público. El comisario de la Inquisición, D. Domingo Piñán, a quien tampoco agradaba la idea de compartir el espacio de poder con los de Cangas, apoyó a Sancho Díaz en el pleito y financió una parte importante de los gastos. Había además otro hombre poderoso que les respaldaba en la sombra: el arcediano D. Pedro Díaz de Oseja. Naturalmente, el pleito se ganó y años después, Gonzalo de Teleña cayó en desgracia. 

En aquella época lo público formaba parte de lo privado y los oficios públicos de regidores, alcaldes, notarios, etc, eran propiedades que pasaban de padres a hijos, se cambiaban o se arrendaban. Por este motivo, el poder municipal acabó en manos de verdaderas dinastías familiares.  Ya se puede ir comprendiendo que no es casualidad que tales familias destacaran en la comunidad, prosperaran, tuvieran oportunidades que no poseyó el resto de la población y, en muchos casos, su influencia llegara hasta la época contemporánea.

Este Sancho Díaz es el patriarca de la familia Díaz de la Caneja, en la que andando el tiempo nacerían los célebres Ignacio y Joaquín Díaz-Caneja.  

La primera notaría de Sajambre la poseyó Sancho Díaz en propiedad, así que  la transmitió a sus hijos como un bien patrimonial más. En su testamento estableció un vínculo para que la heredase su hijo Julián y, tras su muerte, permaneciera para siempre entre los descendientes directos de dicho hijo.    

Entre aproximadamente 1642 y 1656 el notario público del número del Concejo de Sajambre fue Julián Díaz de la Caneja, también llamado Julián Díaz de Ribota porque siguió viviendo en la casa familiar. En virtud del vínculo, a la muerte de Julián, la notaría pasó a ser propiedad de sus herederos que se la arrendaron a Tomás Díaz de la Caneja, otro de los hijos varones de Sancho y hermano de Julián.

Tomás Díaz de la Caneja ejerce el oficio entre 1656 y 1673, año en el que muere. Traslada su residencia a Oseja al contraer matrimonio con María Alonso, del barrio de Quintana, y pasa a llamarse Tomás Díaz de Oseja por esta causa y para distinguirse de otra persona llamada igual que vivía en Soto. No obstante, en los muchos documentos familiares que se conservan siempre figura como “Tomás Díaz de la Caneja, escribano del número”. Al igual que sus antecesores actuó en el ámbito notarial, municipal y judicial. En esta familia están, por tanto, los primeros “secretarios de ayuntamiento” de Sajambre.      

Pero Tomás se encontró con un problema del que se libraron sus antecesores: verse obligado a hacer frente a la apertura de una segunda oficina notarial en Sajambre en el año 1659, de la que hablaremos con más detalle en otro capítulo. Tan desagradable le resultó tener que compartir la clientela que llegó a quejarse al juez del concejo por la competencia que le ocasionaba este segundo escribano, proponiendo repartirse los clientes previo acuerdo tomado entre los dos notarios.

El nuevo escribano público del número respondió diciendo que, según la ley, los clientes eran libres de elegir el notario que quisieran para sus negocios y que, por tanto, él no tenía nada que pactar con Tomás Díaz.

Como es lógico, la protesta de Tomás no tuvo ningún efecto, pero ahora nos sirve a nosotros para comprobar lo mal que les sentó a los Díaz-Caneja tener competencia; una competencia de la que habían conseguido desembarazarse en 1640, pero de la que no pudieron desligarse a partir de 1659. 

Desde este momento, y para distinguirse del recién llegado, Tomás Díaz hace constar en sus suscripciones la antigüedad de la escribanía pública de la que era titular, de la siguiente manera: Tomás Díez de Oseja, escribano público del número y concejo, antiguo y perpetuo, del Concejo de Sajambre por el rey nuestro señor. Esta manera de expresar la antigüedad en el oficio y la perpetuidad de una escribanía patrimonializada fue la fórmula que utilizaron todos los notarios públicos del reino en aquellos lugares en los existía más de una escribanía del número. Ya explicamos este asunto con detalle en otro artículo del blog.  

A Tomás que, no lo olvidemos, era arrendatario de la escribanía, le sustituye un sobrino suyo llamado Manuel Díaz de la Caneja que no pertenecía a la línea de Julián, lo que contravenía el vínculo establecido por su abuelo. ¿Cómo se hizo, entonces, esta transmisión del oficio? Pues muy sencillo: se hizo de manera ilegal.

Los oficios públicos podían heredarse o cambiarse, pero lo que no se podía hacer era venderlos. Esto estaba prohibido. Sin embargo, se hacía y las ventas de oficios públicos se convirtieron en algo tolerado de facto en todo el reino. Esto fue lo que hicieron los dueños de la escribanía sajambriega, que seguían siendo los herederos de Julián Díaz de Ribota.

Ahora bien, aunque estas ventas ilegales estaban toleradas, se cuidaban las formas cuando se dejaba constancia por escrito. Así que lo que se hizo fue una venta encubierta bajo la forma de trueque, por la que los dueños de la notaría (la hija de Julián y su marido) permutaron la escribanía con Manuel Díaz de la Caneja a cambio de dinero.

Esto permitió que la notaría siguiera en poder de la familia Díaz-Caneja aunque desligada ya del vínculo que estableció Sancho Díaz en la persona y herederos de su hijo Julián. 

No hubo conflicto familiar por este hecho, pues el nieto de Julián, Valentín de Caldevilla, natural y residente en Valdeón, renunció al oficio, y de haberse cumplido la ley y obedecido el vínculo, la escribanía habría desaparecido. Los intentos para impedirlo nos hablan por sí solos del interés de los Díaz-Caneja por seguir siendo titulares de una notaría pública del número.

Pero hubo otro problema.

Lo primero que cada nuevo notario público debía hacer cuando accedía al oficio era presentar su título de escribano ante las autoridades municipales. El título, expedido por la autoridad competente (en este caso por el rey), le facultaba para ejercer el oficio tras haber aprobado el examen de suficiencia. Sin embargo, Manuel Díaz de la Caneja nunca presentó tal título, alegando siempre haberlo perdido. Por esta razón, los sajambriegos lo denunciaron en más de una ocasión a los tribunales del rey. No obstante, me consta que era escribano porque antes de ejercer en Sajambre lo había hecho en Asturias.

Algunos de los lectores de este blog recordarán los primeros posts en los que aparecía Don Leonardo García de Mendoza con sus correrías y abusos de poder. Recordarán también que este Leonardo García tenía varios fieles servidores en el valle. Uno de ellos era su criado, Luis de Acevedo, el que arcabuceó al prior de Pedrosa, y otro era el escribano Manuel Díaz de la Caneja.

Pues bien, en el Archivo de la Casa Piñán se conservan varios documentos en los que se cuestiona su forma de comportarse, definiéndolo como “hombre poderoso que es en dicho concejo. Y al menos en una ocasión los sajambriegos consiguieron demostrar las irregularidades y las intrigas de Manuel Díaz de la Caneja, por lo que en el año 1678 recibió una real provisión que ordenaba su inmediata expulsión de Sajambre prohibiéndole el regreso hasta que no se hubieran celebrado las elecciones municipales de 1679. 

No es difícil imaginarse el porqué al considerar lo que nos cuentan sobre él los documentos conservados, en los que le vemos poniendo sus habilidades de escribano al servicio de una de las familias influyentes del lugar cuando hizo falta acallar y someter a un juez local que se había atrevido a desafiarlos en la asamblea vecinal. Su aportación consistió en dar forma pública a las causas que se abrieron contra dicho juez amañando declaraciones valiéndose de analfabetos. Le vemos sobornando a testigos; asomándose a las quejas de los pecheros cuando culpaban a “un escribano que todo lo manda” de adulterar los padrones de hidalguía; y aún en 1706 le vemos resistiéndose a cumplir la orden contenida en dos reales provisiones que le exigía la entrega a sus legítimos dueños de ciertas escrituras que retenía en su poder. 

Por todo esto, dejó de ser escribano de ayuntamiento.

A Manuel Díaz de la Caneja le sucedió su hijo, también llamado Manuel Díaz de la Caneja, con posterioridad a 1714, que fue descrito así en un documento de la Real Chancillería de Valladolid: “Manuel Díez de la Canexa, escribano del número y ayuntamiento de este concejo de Saxambre, suçesor en el ofiçio de Sancho Díaz” (1721).  El hijo empezó a ayudar al padre en el oficio a la edad de 14 años y pasó 18 en total trabajando en dicha oficina. El 24 de enero de 1714 pide que se le examine para poder ocupar la escribanía del número de su familia.

Tras este segundo Manuel, hereda el oficio de escribano del número y ayuntamiento Francisco Antonio Díaz de la Caneja.

Sin que todavía sepamos cómo, seguirán ocupando esta escribanía, primero, Francisco de Mendoza y después, su hijo Manuel de Mendoza. En 1821 los protocolos de Tomás Díaz de Oseja se hallaban en el oficio de Manuel de Mendoza, lo que indica que éste ocupaba la escribanía de los Díaz-Caneja. Como digo, todavía no he investigado los motivos. Francisco de Mendoza ya era notario en 1748 y todavía ocupaba el oficio en 1798. Manuel de Mendoza ya era notario en 1797, aunque no se convertiría en titular hasta la muerte de su padre. 

Continuará. 

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NOTAS  
   (1) Una parte importante de este artículo se basa en la siguiente publicación, en la que se puede encontrar el aparato crítico de lo que aquí narramos: Elena E. Rodríguez Díaz, «La institución notarial en un concejo rural de montaña: el caso de Sajambre en los siglos XV al XVII», en R. Marín (ed.)  Homenaje al Profesor Dr. D. José Ignacio Fernández de Viana y Vieites, Granada: Universidad, 2012, pp.439-454.   

2 comentarios:

lourdes vega dijo...

Gracias de nuevo Elena, por aportarnos tanta riqueza y conocimiento de nuestros antepasados, sobre todo tan claro cómo lo expresas para que todos lo entendamos. Te aseguro que a mí me queda muy claro por lo que te lo agradezco de corazón. Siento gozo y alegría de conocer mis orígenes de tan buena Fuente...

Elena E. Rodríguez Díaz dijo...

Gracias a ti, Lourdes, por ser una de mis lectoras más fieles y por tu apoyo.

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