jueves, 16 de junio de 2011

¿CÓMO Y CUÁNDO SE FORMÓ LA MEMORIA SOBRE EL ARCEDIANO? (y 4)

A los 20 años de la muerte del Arcediano nadie recordaba ya a las personas de sus padres, Diego Díaz y Juana Fernández, y las referncias sobre esta última son confusas e inexactas incluso entre los que llegaron a conocerla en su vejez.  La identificación que se hace del apellido Fernández de Gracia Díaz con el Fernández sajambriego se produce porque nadie recordaba ya que la madre del Arcediano no era sajambriega, sino que procedía del concejo de Cabrales y que el patronímico Fernández que portaban sus hijas nada tenía que ver con el Fernández asentado en Sajambre mucho antes de que llegara la propia Juana.    

Se observa también que el apellido materno del Arcediano sólo consigue perdurar en la memoria de las dos generaciones siguientes a la muerte de Pedro Díaz y sólo en el pueblo de Oseja, aunque incluso aquí la memoria sobre las hermanas es endeble, pues algún testigo ya confunde a Gracia (casada en Soto) con María (casada en Oseja).    

Los recuerdos y, especialmente, los olvidos que se detectan en una época tan cercana todavía a la figura del Arcediano ilustran sobre la fragilidad de la memoria local, una memoria que además partía viciada por transmitirse de manera errónea que el origen de la madre del Arcediano era sajambriego.   

He aquí una prueba muy cercana al Arcediano que demuestra cómo el principal problema de la memoria, sea ésta individual o colectiva (eso que llamamos tradición oral), es el de su fiabilidad. Además de la fragilidad que el Arcipreste de Hita retrató en el prólogo a su Libro del Buen Amor como “memoria de omne deleznadera es”,  los historiadores actuales que más han trabajado sobre estos asuntos, como Pierre Nora, saben muy bien que la memoria se encuentra en evolución permanente, siendo inconscientes quienes la transmiten de sus deformaciones progresivas y de su vulnerabilidad a las manipulaciones(1). Por eso, memoria no es sinónimo de historia.  

Pero es que, además, sobre cualquier hecho nunca existe una única memoria, sino varias. Y sobre los parientes cercanos del Arcediano debió existir en 1675 otra memoria que no quedó reflejada en este documento: la memoria familiar.  De la investigación inquisitorial sobre Diego de la Caneja se excluyen intencionadamente a los que pudieran estar emparentados con él o a los que llevaran el apellido Caneja, fueran o no parientes directos. De hecho, una de las preguntas del interrogatorio (la número seis) estaba destinada a asegurar que no existiera ningún vínculo entre el interesado y los testigos.  

Quizás entre los descendientes directos de Gracia y María, hermanas del Arcediano, la memoria familiar fuese algo más precisa. Pero lo que es evidente es que los recuerdos familiares no sobrepasaron los límites del linaje y no fueron apropiados por el resto de los vecinos del valle, ya que ni uno solo de los 51 testigos sajambriegos (incluidos el escribano y los curas) manifiestan ni siquiera haber “oído decir” que la madre de Gracia Díaz era de Cabrales, que el padre había sido escribano o que la madre se llamaba Juana.    

Además, en aquella sociedad en la que el honor era mucho más importante que el dinero, reconocer que se llevaba un apellido no sajambriego y además tan extendido por todo el reino como Fernández (o sea, de solar no conocido) suponía una inmediata sospecha y una obligación legal de demostrar su origen.  Lo más útil era, por tanto, olvidar todo lo que pudiera despertar cualquier duda.  De manera que aunque las primeras generaciones del mismo linaje pudieran haber recordado el origen cabraliego de Juana Fernández, no debieron poseer ningún interés en transmitirlo, con lo que su memoria no trascendió y terminó perdiéndose.  Aunque no fuera cierto, se transmitió en cambio lo que interesaba: que Juana Fernández era sajambriega.

La asimilación de la vida del Arcediano con la “Leyenda de los dos hermanos” hubo de ser muy posterior a 1675, cuando ya no quedaba nadie que recordara que el Arcediano no había tenido hermanos varones. Se mire por donde se mire, la historia desmiente la tradición. La biografía del Arcediano que hizo el padre Martino desmintió la tradición, la indagación sobre la formación de los recuerdos de la familia del Arcediano desmiente la tradición y la creencia en que los dos hermanos que se separaron en Pontón llegaran a triunfar en la carrera eclesiástica, el uno, y en la de las armas, el otro, llegando a ser “virrey de Nápoles” resulta ser gran fantasía, porque se conocen a la perfección todos los virreyes de Nápoles y no hay lugar para ningún sajambriego ni por asomo. Tampoco hay lugar en ninguno de los restantes virreinatos. Lo que sí puede afirmarse es que la tradición no puede ser anterior al siglo XVI porque antes de esta fecha no existió la institución del virreinato.   

La “Leyenda de los dos hermanos” no es historia y ni siquiera es tampoco memoria. Es un relato mítico que debió ir formándose con la fantasía popular alimentada en las noches de jila.  


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NOTA
(1) Pierre Nora, Les lieux de mémoire, reed. París, 1997, vol.1, p.25. 
     Sobre la deformación de la tradición oral tenemos fresco un ejemplo reciente: ¿quién recordaba en Soto que la “tradición” sobre el argao que cayó de Beza y que destruyó el antiguo pueblo había tenido su origen, en realidad, en las teorías de Moisés Díaz-Caneja formuladas en 1929? Nadie. No recordaban al autor, pero recordaban la teoría. Por eso, los vecinos de Soto afirman: “dicen” que el antiguo pueblo estuvo en El Piquero y “dicen” que lo destruyó un argao que cayó de Beza. Ambas afirmaciones en el mismo plano, porque en el siglo XX la tradición oral sobre el antiguo pueblo del Piquero ‘se enriqueció’ transformándose con la apropiación que el pueblo hizo de algo que nunca formó parte de la ‘memoria’ local. Es un ejemplo de las deformaciones que sufre la memoria oral a lo largo de los siglos. 

 

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